Montaña de Guerrero: hospital nuevo
pero con carencias y negligencias viejas

 

Arturo de Dios Palma

Fotografía: Salvador Cisneros

 

La tarde del jueves 21 de agosto, Petra Herrera Luna, de 24 años de edad, llegó al hospital nuevo Imss-Bienestar de Tlapa, en la Montaña de Guerrero, con un dolor intenso en el estómago, sin pensar que estaría al borde de la muerte. 

Eran las 2 de la tarde del jueves 21 de agosto, cuando Manuela Luna Morales, madre de Petra, una chica sordomuda, la llevó a la clínica de la comunidad nahua de Ahuatepec Pueblo, ubicada a 40 minutos de Tlapa. El médico encargado le negó el servicio, le dijo que las fichas de atención de dan a las 8 de la mañana, que eso todos lo sabían. 

Manuela se llevó a su hija a su casa, pero las molestias seguían: los dolores retorcían a Petra. No lo pensó más, pidió prestado 1,500 pesos y se la llevó al nuevo hospital en Tlapa. 

 En el hospital, un médico la revisó y le dijo a Manuela que tenía que hacerle un ultrasonido, pero fuera porque ya habían cerrado esa área. La mujer tomó a su hija y la llevó a un laboratorio privado, se los realizaron y le detectaron apendictis, se sugirieron que regresara con urgencia al hospital y que si tardaban en atenderla que se fuera a una clínica privada, pero ahí le cobrarían unos 25,000 pesos. 

Manuela sin dinero regresó al hospital. Revisaron el ultrasonido. A la mañana siguiente le informaron que era el apéndice. Le sacaron sangre y le dijeron que tenía que esperar porque había una fila de cirugías.

A las 8 de la noche del viernes, la ingresaron al quirófano. Toda la noche, Manuela no supo de su hija.

A la mañana siguiente, le informaron que podía verla. A las 2 de la tarde le ordenaron que la bañara. Manuela detectó que de la herida le escurría un líquido como “baba”. Le avisó a una enfermera pero le dijo que era normal. La cambiaron y fue todo. 

El domingo lo mismo: la “baba” empapaba las vendas y la bata que tenía puesta Petra. Ese día, un médico le dijo que era pus, que la herida se había infectado y que le aplicarían medicamento. También ordenó que le quitaran un punto a la herida para que saliera la pus, pero lo hicieron sin anestesia. 

“Ellos pensaron que a mi hija no le dolió porque no se quejó, pero ella no se puede quejar porque es sordomuda”, dice. 

Manuela se preguntó lo básico: “¿Por qué se infectó tan rápido? 

 


 

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Todos los días brotan las carencias, los faltantes y las negligencias en el nuevo hospital Imss-Bienestar en Tlapa. 

En la última semana, tras la supervisión que hizo la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo, tres casos han puesto en evidencia las carencias en las que opera el hospital que lo pusieron en marcha en abril de este año y que no ha sido inaugurado formalmente. 

Este hospital fue una obra que comenzó el ex presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador. El exmandatario ofreció que tendría 25 consultorios de consulta externa, un área de urgencias, 90 camas censables y 51 no censables, tres quirófanos, dos salas de endoscopia y todo el personal: enfermeras, médicos generales y especialistas. 

En este hospital, según el gobierno federal, se invirtieron en su construcción 2 mil 400 millones y 650 millones en equipamientos. López Obrador afirmó que sería un hospital de tercer nivel, único en su tipo en la región más empobrecida de Guerrero. Sin embargo, no está funcionando así. No cuenta con el servicio de laboratorio clínico, ultrasónico, y carece de medicamentos, incluso faltan médicos especialistas, como reconoció hace unos días en su conferencia de todos los días la presidenta. 

El viernes 22 de agosto, el día que Sheinbaum Pardo encabezó la supervisión en el hospital, en el área de pediatría estaba Juana de 17 años de edad —nombre ficticio para proteger su identidad—. Juana fue diagnosticada con hepatitis A y anemia grado III. 

El médico que la atendió le ordenó que le realizaran los estudios clínicos de VIH y VDRL y que le administraran albúmina humana al 20 por ciento. La albúmina es la proteína más fuerte que tiene la sangre.

Juana y su familia se quedaron en el área de pediatría, el médico sólo ordenó pero nadie la atendió. Después de un tiempo, a la familia de la adolescente le informaron que en el hospital no funciona el laboratorio clínico y que tampoco tenían la albúmina humana. Vino otra orden: que salieran a Tlapa a buscar un laboratorio privado donde le hicieran los estudios y una farmacia donde comprar el medicamento. 

La familia de Juana no supo qué hacer por la falta de dinero. En el hospital tampoco hicieron algo. La madrugada del domingo, la trasladaron a un hospital de la Ciudad de México por la necesidad de que recibiera una atención de especialistas. 

El 26 de agosto, a los familiares de Pedro, un bebé de ocho meses de nacido —también nombre ficticio para proteger su identidad— un médico le ordenó que le realizarán un perfil tiroideo. 

Pedro fue diagnosticado con el Síndrome de Dificultad Respiratoria, una afección en recién nacidos, especialmente prematuros, por falta de desarrollo pulmonar, Neumonía Adquirida en la Comunidad, así como con anemia grado IV, la anemia más grave. 

A Pedro lo trasladaron sus padres desde la comunidad de Montealegre, en el municipio de Malinaltepec, a unas tres horas de distancia de Tlapa. 

Al igual que a la familia de Juana, a la de Pedro le ordenaron que buscara en Tlapa un laboratorio privado para que le realizaran el perfil tiroideo, porque en el hospital no realizan ese estudio. 

La familia, por la falta de dinero, tuvo que acudir al Centro de Defensa de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan para que les ayudaran a pagar el análisis clínico. Su costo: 1,100 pesos.  

 

 

 

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Que el diagnóstico de Juana y Pedro sea anemia no es casual, es resultado de las condiciones de pobreza y marginación en la que viven los casi 400,000 pobladores en los 19 municipios que integran la Montaña. 

Un médico, que pidió la reserva de su nombre, informó que en el centro de salud de Metlatónoc —en segundo municipio más pobre de Guerrero— al mes ofrecen unas 1,000 consultas, de cada diez pacientes que reciben seis son niños y niñas. El principal diagnóstico: deshidratación por diarreas mal cuidadas. 

El médico enlista las razones del porque los niños y niñas llegan deshidratados al centro de salud por las diarreas. Uno: la falta de agua potable en sus comunidades. Dos: lo lejano que tienen un médico para revisar atención oportuna y la dificultad, por la falta de dinero, para trasladarse a un hospital.

“Muchos esperan, les dan remedios caseros con la esperanza que se recuperen, porque no tienen dinero o no quieren pedir prestado, pero al final llegan acá con un cuadro muy grave”.

Y tres: la pobreza, los niños y las niñas no cuentan con una alimentación nutritiva, comen lo que pueden, tiene las defensas bajas.

 

 

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La pus siguió saliendo. El lunes, otra cirujana vio a Petra. Se le hizo raro que le escurriera pus por la herida. Le dijo a Manuela que la tenía que “abrir” de nuevo para revisarla. Ese mismo día la operó. 

Cuando terminó, la cirujana le dijo que el líquido que salía de la herida de Petra no era pus, sino excremento. No le dijo exactamente porque, pero había la posibilidad de que en la primera operación le hubieran afectado un intestino. 

“La doctora me dijo que había mucho riesgo me dijo: hay de dos: o se cura o se muere. Yo sólo le dije que me la salvara”, cuenta la mujer. 

Manuela dice que el director del hospital se ha negado a darles el nombre del médico que operó la primera vez a Petra, ella no puso atención dice— porque no sabe leer. 

Petra la sigue pasando mal. Ahora no puede comer, todo lo que se mete a la boca lo vomita. Sigue con el dolor, pero lo que más le preocupa a Manuela es que se está debilitando. 

Pero Manuela también la está pasando mal. Es diabética y ha pasado días sin poder comer. 

“No tenemos dinero, ya pasamos dos días sin comer, ayer un señor nos invitó unos tacos, pero ya no podemos”, dice. 

El miércoles, Manuela le reclamó a los médicos, les dijo que ya era justo que el hospital pague los insumos y los medicamentos. 

En esta semana, calcula ha gastado más de 10,000 pesos. Saca cuentas: los 1,500 prestados, más 4,000 que le dio su hermana, otros 3,000 que le prestó una vecina, más 1,000 que tenía ella. 

En esta semana pagó los mil del ultrasonido y 2,500 de un medicamento, pero ha tenido que pagar hasta los botes para los análisis y el paracetamol. 

“No voy aceptar que me entreguen a mi hija mal, yo sólo la traje por una apéndice, de verdad que me arrepiento, de haber sabido me la llevo a una clínica particular”.