El hombre y el grano
de maíz

Samuel Ines Castro*
Una vez un grano de maíz se cayó en el bosque, cayó porque el costal se rompió de un lado, por lo tanto el maíz quedó en el suelo junto a otros más, entre ellos se hablaban:
—Qué mala suerte tenemos, ya no podremos hacer nada más que esperar ser comidos por aves
Todos deseaban ser sembrados y dar fruto y abrir nuevas generaciones de maíz. Al ver ninguna posibilidad perdieron las esperanzas y se dieron por vencidos, menos un maíz, Marcelo, tenía su esperanza intacta, no se había vencido, era paciente. Fue el único que resistió.
Un día Marcelo ya estaba solo, a lo lejos un cuervo lo miró, apresurado voló hacia el grano. En ese momento Marcelo, tal vez, por primera vez perdió la esperanza, aceptó su destino, supo que no tenía opción, iba a satisfacer el gusto del cuervo.
De pronto apareció un hombre, ahuyentó al cuervo y miró a Marcelo tirado en piso, pensó: “lo llevaré a mi jardín y lo sembraré para que dé fruto”. Lo tomó y se lo echó a una bolsa de su pantalón.
Marcelo tenía miedo, no sabía exactamente lo que iba a pasar, el hombre llegó a su jardín y preparó la tierra para sembrarlo, Marcelo se percató de lo que le iba a pasar, entusiasmado se llenó de alegría, iba a cumplir su sueño: ser sembrado y dar fruto, pero todavía no podía confiarse, faltaba mucho tiempo y no iba a ser fácil.
Marcelo fue plantado, regado y recibía los rayos del sol, todo pintaba bien. Ya no era una semilla, era una planta. Iba creciendo pero todavía había peligro. Un día un chivo que tenía el hombre, salió del corral y empezó a comer las plantas del jardín, entonces le arrancó dos hojas a Marcelo, el hombre se percató de la escena, inmediatamente espantó al chivo para que se fuera del jardín. Ayudó a Marcelo para que se recuperara, aunque Marcelo estaba lastimado no se dio por vencido y luchó para cumplir su objetivo, se fortaleció y creció hasta que se convirtió en una milpa experimentada y resistente, pero todavía faltaban dos pruebas más antes de cumplir su objetivo.
En la sequía su raíz se solidificó, supo cómo pasar esa prueba, con la poca agua que se le proporcionaba la distribuía bien para no secarse, enfocaba el agua a su tallo y algunas hojas nuevas que le ayudaron a crecer. Unos días después llegó una plaga de langostas y gusanos, otra vez salió lastimada pero con su resistencia, experiencia y la ayuda del hombre pudo salir adelante y recuperarse.
Meses después llegó el tiempo que más anhelaba Marcelo y el hombre: el fruto estaba listo para ser cosechado. El hombre feliz retiró los elotes y los separó, unos para comer y otros para sembrar, podría sonar mal que el hombre haya desperdiciado granos de maíz para comer, pero Marcelo dijo: “de todos los granos de maíz pocos sobresalen y llegan a dar fruto, ese es el sueño de todos, pero la mayoría son débiles y desanimados, se necesita carácter, paciencia y fuerza para resistir a una vida difícil”.
*Samuel Ines Castro es estudiante de preparatoria en el Centro de Educación, Arte y Cultura Paulo Freire.




