Guerrero o la paradoja
del orden social
John Kenny Acuña Villavicencio*
Se entiende que el orden social, esa “categoría genuina” y contradictoria, aminora el conflicto entre los individuos; sin embargo, ésta parece ser más que un proyecto de la razón moderna capitalista si se quiere, inconcluso e inacabado.
Cuando se procura “pensar Guerrero”, nos damos cuenta que la historia de horror y la represión han servido para rearfirmar la política, el poder y el desprecio de los otros. En poco tiempo de la línea del progreso, suscitaron episodios cruentos en nombre del orden, la paz y la justicia plena para todos. La Guerra Sucia (1969-1979), la masacre de El Charco (1998), la represión de los movimientos estudiantiles (1960), el asesinato de los de Ayotzinapa (2014), la desaparición forzada, el secuestro, el sicariato y los conflictos territoriales son alguno de los problemas que ameritan nuestra reflexión.
Parece ser que el tren del progreso nos ha obligado a mirar hacia adelante, al extremo de hacernos creer que la distopía y el caos son la normalidad y no parte del orden social. ¿Cómo llegamos a asumir estos dilemas o, incluso, aceptar que no hay marcha atrás? ¿De qué manera debe ser traducido esta opacidad y voluntad humanas? ¿Qué relación guarda nuestro hacer con el orden social y la violencia?
Sin duda, nos inundan muchas interrogantes. Pero, ¿acaso no son preguntas innecesarias en vista de que la decadencia está más presente que nunca? Cualquiera podría suponer que no existe un orden social, porque la realidad ha sido desbordada por diversos agentes y actores sociales.
Peor aún, ésta amerita ser construida como pretende y aduce la derecha respecto a países como Cuba o Venezuela. A pesar de esta apreciación, se debe enfatizar que el orden social no es algo dado, definido o que llegue de afuera; por el contrario, está anclado a espacios y temporalidades contrapuestas y en alteridad.
Al respecto, Pavarini, el penalista y criminólogo italiano, menciona que estamos en la obligación de desmitificar esta categoría hegemónica y ontológica y, en su lugar, pensar que el orden social es un proceso de construcción que en apariencia mantiene la cohesión social (M. Pavarini, Control y dominación: teorías criminológicas burguesas y proyecto hegemónico, 2002, Siglo XXI).
El orden social garantiza la existencia de las relaciones sociales. Para ello, como dice Weber, necesita de la violencia y la fuerza legítima. Sin esos mecanismos sería imposible ensamblar un sentido social. No obstante, ¿qué hay de aquellos actores que hacen uso de la fuerza e incluso desestabilizan poderes políticos y económicos?
Uno de los aspectos centrales que toma la violencia es justamente manifestarse en tanto orden y castigo. Si dos instancias (una legítima e ilegítima) se oponen, el orden social debe superponerse al delito por medio de la Ley o quizás no.

En este ínterin el derecho y la paz se presentan como categorías antagónicas y contrarias a toda forma social. Quiere decir que la violación a los derechos humanos será cuestionada o, en su defecto, reutilizada para imponer y reprimir las “cálidas pasiones” del hombre.
De allí, dice Eligio Resta, es necesario impugnar en clave benjaminiana categorías como la violencia y la “demoníaca ambigüedad del derecho”, en otras palabras, implica leer toda realidad considerando sus ambigüedades y remedios (D. García, “Entrevista al profesor Resta”, 2020).
En todo esto subyace algo importante y tiene que ver con la manera en que el orden social depura lo anómico y prescinde de aquellos sujetos que reniegan del contrato social. De este modo, bajo la opinión de L. Wacquant, la cuestión penal o el Estado penal instituye el orden social y con él la clasificación social, cultural y política, además del castigo a los pobres (L. Wacquant, Las cárceles de la miseria, 2000).
Para Pegoraro se trata de administrar el orden social penal a través del “control social penal” (J. Pegoraro, “La violencia, el orden social y el control social penal”, Revista Crítica Jurídica N°21, 2002). A decir verdad, la forma en que ésta se reproduce es materia de cuestionamiento, porque la intención es mantener vivas las condiciones humanas y sociales para el mundo de la forma valor.
Entonces, ¿cómo se explica este balance en Guerrero cuando en realidad se han presentado varias temporalidades de represión, asesinatos, saqueos y enfrentamientos? Debemos considerar que Guerrero está sumido en una paradoja, perviven: la guerra y la paz, la gobernabilidad y el desgobierno, la justicia y la injusticia. Si traemos a colación nuevamente la Guerra Sucia, nos daremos cuenta que esta temporalidad desgarrada y extrajudicial fue el “veneno y antídoto” de la reconstrucción de la soberanía.
Las prácticas penales y no-penales dieron lugar a la conservación del orden. Es más, el acuerdo i-legal y el estado de excepción en regiones como el Centro, la Costa Chica y la Costa Grande fueron claves para controlar cualquier desborde popular. El plan Telaraña, la supresión de los derechos humanos, la tortura y las operaciones terroristas fueron mecanismos que permitieron combatir la violencia y la delincuencia insurrecta.
Estos hechos de confrontación y negación dieron pauta para clasificar al sujeto como malhechor, guerrillero, delincuente, pobre, criminal, etcétera. En palabras de Souza, estos llamados anormales no sólo son la “basura del mundo”, sino que también forman parte del entramado social y político (neoliberales) (J. Souza, O pobre de direita: A vingança dos bastardos, 2024).
El Estado construye e impone por medio de Ley o sin ella el control social, sin este artefacto no habría manera de someter todas las prácticas individuales y colectivas. El poder no sólo crea espacios de control y seguridad, sino también de inseguridad e ilegalidad. El presupuesto público, los decretos, permisos, reglamentos, acuerdos y burocracia no son ajenas a esta singularidad.
En suma, el orden social no garantiza la igualdad social, la justicia, la democracia o la participación, al contrario, la fomenta y profundiza. ¿Entonces qué es orden social?
*Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Guerrero.