Martha: dos años de resistir, de vivir
al límite
Martha Nova Analco no pierde la sonrisa pese al panorama desolador que la rodea. Está sentada en un sillón tejido en el patio de lo que fue su casa que la madrugada del 25 de octubre de 2023 el huracán Otis destrozó. De frente observa un pequeño terreno lleno de objetos regados por todas partes, a su espalda el resto de su pequeña vivienda sin techo, a su costado derecho una barranca con utensilios de cocina enterrados y una pequeña milpa que ha sembrado para comer.
“Siempre con el ánimo arriba, no importa que me esté muriendo por dentro”, dice la mujer de 64 años. Martha usa un pequeño tubo para enrredar su cabello que le cuelga casi en la frente. Es de complexión delgada, de tez morena. Es afable.
Es el 17 de octubre de 2025, se han cumplido casi dos años de que el meteoro de categoría cinco impactó el puerto y cambió miles de vidas, una de ellas, la de Martha.
Nova Analco vive sola en un terreno que compró junto con su esposo hace 50 años en la colonia La Máquina. A este asentamiento se llega desde la avenida Lázaro Cárdenas, a unos cinco minutos en automóvil del mercado de La Sabana, pasando el rastro municipal y su insoportable hedor.
Además, los vecinos de estas colonias suburbanas de Acapulco conviven diariamente con los olores pestilentes de las aguas residuales que brotan de las coladeras con mayor frecuencia después de Otis y de las fuertes lluvias que dejó el meteoro John en septiembre de 2024.
A pesar del tiempo, el hogar de Martha sigue casi intacto como lo dejó Otis. Su cocina desapareció porque el piso se deslavó. Tres paredes de bajareque siguen en pie, pero no hay techo. Las láminas se desprendieron debido a los fuertes vientos.
Donde antes Martha dormía, hoy solo quedan los restos de viejos roperos que rescató. La estufa y el refrigerador que el gobierno federal entregó a los damnificados. También hay una mesa semirrota de plástico y otra mesita metálica que le sirve a Martha para colocar una parrilla eléctrica en la que cocina. Cerca de ahí, restos de escombros sobre los que colocó dos tabicones y una parrilla donde improvisa de vez en cuando una fogata.

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“Gran parte de la periferia de Acapulco, de la gran población de Acapulco, vive al día, es una población que su economía está basada en el comercio ambulante, en el comercio informal, por lo tanto, eso la hace ser una población resiliente”, asegura la psicóloga Cristina Blanco.
La especialista es encargada del área de salud del colectivo Guerrero es Primero, que promueve la atención a la salud mental como parte de la reconstrucción del municipio tras los meteoros.
“La destrucción de Otis ha mermado la salud mental y por lo tanto la calidad de vida de las personas de Acapulco”, afirma Cristina. El deterioro emocional se recrudece por la presión económica, la violencia endémica y las carencias materiales en general que vive el acapulqueño de a pie.
Hace unos meses, Guerrero es Primero, en alianza con la Arquidiócesis de Acapulco, aplicó una consulta a niños, niñas y adolescentes para conocer los sueños de esta población usualmente ignorada.
Las catequistas de distintas parroquias, como Martha en la San Isidro Labrador del poblado de La Sabana, aplicó la encuesta.
“Organizarnos para ir haciendo realidad esos sueños desde la población” es el paso siguiente del ejercicio de participación ciudadana de Guerrero es Primero, que fue conformado por distintas organizaciones en 2015 y que es resultado de un proceso de continuidad del colectivo ciudadano Acapulco por la Paz de 2011.
El pico de violencia de aquel año y el activismo en torno a las víctimas liderado por el poeta Javier Sicilia son dos de los factores que impulsaron ese colectivo y su posterior evolución.
“Perder los sueños es perder la chispa de la vida, entonces eso es lo que también procuramos, mantener viva la esperanza aun en medio de los desastres porque la grandeza del sueño es que no es limitante de tus condiciones”, sostiene Cristina Blanco.
Balaceras a pleno luz del día y en medio de mucha gente, desapariciones que nunca son resueltas, la crisis económica arrastrada desde hace décadas y agudizada a partir de la pandemia del Covid-19, extorsiones que ahogan a los negocios, secuestros que acaban en muertes, son el pan de cada día desde hace más de 15 años en Acapulco.
“El adulto ya no tiene estos elementos de cómo acompañar a los más pequeños de su sistema y entonces vemos ya que los problemas emocionales no solamente están en los adultos, sino cada vez en personas más jóvenes; adolescentes, niños ya presentan también trastornos asociados a los traumas sociales que ha tenido que afrontar Acapulco”, asegura Cristina.

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¿Se puede soñar en un nuevo Acapulco desde la trinchera de Martha? Ella es trabajadora de temporada en el fraccionamiento Las Brisas, el otro extremo socioeconómico de la colonia La Máquina.
Martha vive de la pensión de adulto mayor, uno de los tres apoyos que a lo largo de su vida le ha dado el gobierno, los otros dos son el cuarto de material de concreto en el que sobrevivió durante el paso de Otis y el censo federal después del meteoro, insuficiente al final de cuentas para reconstruir su vivienda por los precios tan elevados de la mano de obra tras el desastre.
Martha dice que con el dinero que recibe la “va llevando”, aunque algunas veces en los rezos a los que acude le regalan un plato de comida o si algún vecino busca quién lo inyecte, ella lo hace y gana 30 pesos con los que después compra tortillas.
La casa de esta mujer está a orilla de un cerro, provoca algo vértigo mirar hacia abajo, no parece tan difícil tropezar y rodar varios metros hasta quedarse atorado en un árbol si se tiene suerte. La empinada calle que conduce a su pequeño terreno es un reflejo de la inaccesibilidad del área.
Martha es viuda, tiene dos hijos; uno de ellos y su nieto vivieron junto a ella el desastre de Otis. Cuenta que se salvaron dentro del pequeño cuarto construido por el gobierno de Enrique Peña Nieto como parte del programa “Un cuarto más”.
“Créanme que en ese momento no sentí miedo, no sentí ganas de llorar, no sentí nada, simplemente me puse a rezar, a rezar…Cuando vinieron los del Bienestar, de la ayuda, entonces sí ya me dieron ganas de llorar y lloré”, sostiene Martha.

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Tras el desastre, los acapulqueños y las acapulqueñas han reprimido muchas de sus emociones y aparentan no expresar nada, “pero nada más ráscale tantito y tocas realmente sus emociones”, asegura Cristina Blanco.
La vergüenza de la rapiña aún resuena localmente y cualquier lluvia genera, como en Martha, el miedo.
“Es un trastorno de estrés postraumático en el que vemos en muchas gentes de cualquier edad, porque no es nada más adultos, son niños, son adolescentes, son jóvenes, son personas mayores, muchas personas tienen esta respuesta”, explica Cristina.
“Se dio un estado de estrés agudo en las personas. Se da porque las personas se siente en peligro. Entonces las señales de peligro alertan al sistema nervioso y hacen que el cuerpo se ponga en estado de alerta”, sostiene la experta.
Otro ejercicio de la organización Guerrero es Primero es una “Red de Salud Mental”, integrada por profesionales en la materia y no profesionales.
El diagnóstico inicial parte de que las autoridades están poniendo mayor atención a la salud mental a raíz del huracán Otis. Los centros de salud en Acapulco ahora incluyen en su núcleo básico un psicólogo o a un trabajador social, pero “tenemos que buscar intervenciones que sean también comunitarias, que sean grupales”, subraya Cristina Blanco.
“Con una consulta uno a uno, no vamos a acabar nunca, somos 800 mil o algo así de habitantes en Acapulco, entonces, ¿cuándo vamos a acabar? Necesitamos hacer intervenciones colectivas, masivas”, asegura.
La Red de Salud Mental practica dos protocolos de intervención, el de “primer orden tiene que ver como la primera ayuda psicológica. Las personas entre más pronto reciban una intervención psicológica no se va a sembrar un daño para que desarrolle trastorno de estrés postraumático, porque tiene el la posibilidad de expresar lo que vivió y se siente escuchado, se siente con consolado, apoyado”.
En comunidades como en El Arenal, en el Acapulco rural, dice Cristina, con estos ejercicios ha observado que “cuando pasan por una situación así y están vulnerables, son más receptivas, están más abiertas. Empiezan narrando como si se tratara de que le pasó a alguien más, pero cuando menos se dan cuenta ya están conectando con la emoción y empiezan a llorar”.

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Martha Nova desconoce la reconstrucción de Acapulco, no la vive. Como ella miles de habitantes sobreviven alejados de la zona turística y no solo los separan varios kilómetros de la Costera donde el gobierno federal concentra la ejecución de un gran presupuesto para la reconstrucción.
“Nosotros siempre vamos a estar abajo, los únicos que se benefician son los ricos”, dice mirando su patrimonio en ruinas, el que construyó con mucho esfuerzo.
Como Otis destruyó su casa, Martha vive sola en un cuartito de dos por dos metros. Ante la imposibilidad de dar un techo a su familia, sus hijos se mudaron y buscaron su propio hogar. Durante la temporada de lluvias, confiesa Martha, les llama por teléfono a sus hijos y les pide que no anden en la calle, que se resguarden.
Con el dinero que entregó el gobierno federal Martha compró láminas y tabiques que guarda celosamente en su terreno, pero el apoyo fue insuficiente y sus ingresos todavía no le permiten pagar a un albañil que inicie los trabajos de reconstrucción.
Sin embargo, Martha asegura mirando al cielo que a dos años de Otis aún tiene la esperanza de que algún día construirá nuevamente su hogar.