Arturo de Dios Palma

Atoyac

Micaela Cabañas Ayala lo tiene muy claro: el único enemigo que tiene es el Estado. 

Apenas tenía dos meses de nacida y sintió la capacidad represora del Estado: fue detenida junto con su madre, Isabel Ayala Nava y su abuela, Rafaela Gervasio Barrientos. Fue encarcelada en el Campo Militar Número Uno, en la Ciudad de México. Ahí aprendió a caminar y hablar. Sus primeros años los vivió al mismo tiempo que su madre era sometida a la tortura y a la violencia sexual. 

Luego, fue el Estado el que asesinó a su padre, el comandante guerrillero Lucio Cabañas Barrientos. 

Ese mismo Estado persiguió a sus tías y tíos, primas y primos y la obligó a vivir muchos años casi en el anonimato. 

En 2011, su madre, Isabel, fue asesinada en la comunidad de Xaltianguis, en Acapulco. Le dispararon mientras salía de un culto religioso. Días antes había declarado ante la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp). 

¿Quién la asesinó?, ¿Quién quería su silencio?

Micaela Cabañas levanta el puño izquierdo durante el homenaje a su padre en la cañada de El Otatal a 50 años de la caída en combate de Lucio Cabañas. Foto: Emiliano Tizapa

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Micaela es la única hija de Lucio Cabañas, el profesor rural que en 1967 comenzó una de las guerrillas más importantes del país. 

Esa guerrilla hizo que el Estado mostrara su versión más aterradora. 

Micaela no conoció a Lucio Cabañas, nunca lo vio. Los primeros años de su vida ni siquiera sabía que el líder guerrillero era su padre. Su madre se lo ocultó por miedo, porque sabía de la obsesión del Estado por terminar con todo lo que oliera a Lucio Cabañas. 

En la persecución que emprendió contra Lucio Cabañas, el Ejército asesinó y desapareció a cientos de personas, arrasó con pueblos completos. No tuvo piedad, aniquilar era su objetivo.

El miedo era tanto que en los primeros años, Micaela no se llamaba Micaela, se llamaba Alejandra Natividad Ayala Nava.

Cuando ingresó a la primaria, su abuela materna, Catalina Nava, le recomendó a Isabel que le pusiera el apellido de su padre. 

—Ponle su apellido porque cuando crezca te va a reclamar por no llevarlo— casi le ordenó la abuela. 

Así lo hizo. Isabel le explicó el cambio de apellido y le dijo el nombre de su padre: Lucio Cabañas Barrientos. El otro dato que le dio es que estaba muerto. No le dijo más. No le contó sobre la familia de su padre, menos permitió que la viera. Protegerla fue su prioridad. 

En la primaria, recuerda Micaela, un profesor —Juan— la ubicó como hija de Lucio Cabañas, le decía que era de otra estirpe, que era de sangre azul. En ese momento no entendió nada. 

“Llegaba a la casa y le contaba a mi mamá eso y como siempre he sido muy desmadrosa decía: ¿qué soy de sangre azul? Ni que fuera pitufo”.

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Sí yo quise algo en la vida fue precisamente a mi madre. Fue mi madre, pero también fue mi padre. Yo no conocí más autoridad que la de ella y mira que casi no vivió conmigo, siempre estaba trabajando y ahora la extraño muchísimo.

Me contó poco de lo que sufrió, le dolía mucho recordar el campo militar, a estas alturas no sé muchas cosas. Ella a veces le contaba a otras personas, por ejemplo, a la famosa Femospp, le contó cómo llegaban a su celda y la violaban y eso me asquea y me duele mucho.

La recuerdo bien valiente, mi mamá fue una persona súper valiente y para mí fue como una superhéroe. Imagínate haber tenido el valor de seguir a Lucio, porque no fue que Lucio pidiera la mano y así, ella decidió irse con él y ahí dejó las cubetas llenas de agua en el arroyo y se fue. Mi abuelita como bien guerrera que era también fue a buscarla para ver si la alcanzaba y luego le dicen que pasando unos pocos días hubo un enfrentamiento del Ejército contra el movimiento de mi papá y entonces mi abuela la da por muerta y ya no la busca. ¿Cuántos años tenía mi mamá en ese momento? Tenía 13 años y cuando nací tenía 14. Cuando salimos del campo militar era menor de edad, tenía 16, 17. Quiero que sepas que tuvo mucho valor en irse con Lucio.

Yo luego le decía de broma, como buena costeña: “cómo te fuiste con el primero”. Me respondía: “no era el primero, era una persona que yo le tenía mucha admiración”.

Sufrió la represión dentro del campo militar, le decían: ¿dónde está Lucio? Y me agarraban de una pata y me ponían la pistola en la cabeza. El famoso policía Acosta Chaparro directamente iba a la celda y le ponía la pistola y lo mismo: ¿dónde está Lucio? Porque aunque ya lo habían matado, decían que no había sido él y entonces empezaron a hostigar a la familia dentro del campo militar. Y cuando salimos de ahí, pues mi mamá ya no quiso saber absolutamente nada.

En primer plano el hermano menor de Lucio, Pablo Cabañas, a la derecha al fondo, su sobrina Micaela Cabañas. Foto: Emiliano Tizapa

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El 27 de noviembre de 1974, al barrio del Santuario, en Tixtla, llegó un convoy del Ejército. En la sierra de Tecpan y Atoyac los militares habían apretado el cerco contra Lucio Cabañas. 

Los soldados ubicaron la casa donde vivía Rafaela Gervasio Barrientos, la madre de Lucio Cabañas, Isabel y su hija recién nacida, Micaela. ¿Cómo consiguió el Ejército la ubicación? Con el mismo método que había desplegado durante años: la tortura.

Militares torturaron y golpearon a Manuel Cabañas, hermano de Lucio Cabañas, hasta que le sacaron la información. 

A las tres, Rafaela, Isabel y Micaela, las llevaron al Campo Militar Número Uno, en la Ciudad de México. Las encarcelaron. 

“Recuerdo los barrotes bien fríos entre mis manos, recuerdo llorar porque tenía frío, recuerdo el pelo largo de mi madre entre mis pies, recuerdo no poder estar en los brazos de mi madre”.

En el Campo Militar estuvieron dos años, pasaron de todo, hambre, frío, golpes, tortura, violaciones sexuales.

En ese lugar, Micaela dio sus primeros pasos, pronunció sus primeras palabras y construyó sus primeros recuerdos.

Lucio Cabañas e Isabel se conocieron en 1973 en la comunidad Santa Lucía, en la sierra de Chilpancingo. Ahí llegó Lucio Cabañas con su columna guerrillera. Estuvo tres días y partió, pero esa vez no lo hizo sólo, se fue con Isabel. 

Isabel se integró a la guerrilla hasta que se embarazó y ya no pudo cumplir con sus labores dentro del movimiento. Así que se bajó a Tixtla a vivir con la madre de Lucio Cabañas. Ahí nació Micaela.

Hilario Mesino, fundador de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) sostiene con Micaela Cabañas una bandera del Partido de los Pobres que fundó Lucio Cabañas, durante la llegada al Otatal, municipio de Tecpan para recordar 50 años de que cayó en combate contra el Ejército mexicano. Foto: Emiliano Tizapa

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Micaela sabía que Lucio Cabañas era su padre, lo que no sabía era que había sido el líder de una de las guerrillas rurales más importantes del país.

Cuando ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), Micaela descubrió quién era Lucio Cabañas, su padre.

“Yo tenía que hacer tareas, me iba a la prepa uno, ahí había una biblioteca y ahí hacía mis tareas. Un día voy viendo que hay una apartado de libros donde habla de los movimientos sociales, donde había muchos libros de Lucio, empiezo a leer y veo que dice que Lucio era un roba vacas, que era un asesino, entonces lejos de sentirme orgullosa, me siento avergonzada”. 

Ese descubrimiento la dejó desconsolada, Micaela —dice— comenzaba a tener ideas de justicia y eso le provocó un rechazo. Luego, fue encontrando otros libros, comenzó a escuchar consignas que reivindicaban a su padre, asistió a foros donde hablaban de su legado, vio cómo muchas organizaciones sociales utilizaban la imagen de su padre. Y descubrió al otro Lucio Cabañas, al líder guerrillero, al que ayudaba a los campesinos.

“Al ver todo eso digo: mi papá era importante y empieza la preguntadera, empiezo a preguntar y entonces mi mamá me empieza a contar un poco más, pero también me advierte del miedo que tiene porque yo supiera quien era mi padre”.

El miedo de Isabel llevó a Micaela a no conocer a nadie de la familia Cabañas. Fue hasta los 19 años, trabajaba en la terminal de autobuses cuando hizo de nuevo un contacto.

—Tú eres Micaela Cabañas, la hija de Lucio —le dijo una mujer que leyó su nombre en su gafete. 

Micaela no supo qué responder a la desconocida. La mujer notó el temor de Micaela.

—No tengas temor. Soy esposa de un primo tuyo —le dijo para calmarla. 

Era cierto, la desconocida se llamaba Aurelia y fue quien contactó de nuevo a Micaela con su abuela, Rafaela Gervasio. 

“La verdad sí quería conocerlos, quería saber más de él, antes no había libros, no había Internet, no había nada de eso y pues nosotros éramos muy pobres, no tenía para libros. Fui conociendo a mi papá de una manera muy extraña, conocí un poquito de acá, un poquito de allá. Te vas haciendo tu propio criterio y así fue creciendo mi amor por Lucio y a conocer el legado que dejó mi papá para todos y para todas”.

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—¿Qué piensas de Lucio Cabañas, tu papá?

—Que fue un gran ser humano, me enorgullece enormemente llevar su sangre entre mis venas. Como hija te puedo decir que mi papá fue una persona fregona, chingona, un superhéroe para mí y para mi hijo. Para el pueblo de Guerrero, para México inclusive a nivel internacional, Lucio es reconocido por su ideología. Es el Robin Hood mexicano, es querido.

—A 50 años, ¿qué tan vigentes están las ideas de Lucio Cabañas?

—La vigencia sigue. Te puedo decir que la vigencia es constante, lo vemos en las calles, fuimos a El Porvenir donde nació Lucio y no tienen una carretera y es lo que exigía Lucio: que el pueblo esté bien dotado de todos los servicios. La lucha de Lucio sigue vigente, porque las injusticias hacia el pueblo no han terminado, porque hay una tremenda deuda histórica con el pueblo mexicano y guerrerense. No se le ha hecho justicia a pueblos que sufrieron la persecución, la represión del Estado. Ahora está escalando el tema de las organizaciones criminales, la desaparición forzada que comenzó por parte del Estado mexicano en aquellos años, hoy la sombra y esa herida está abierta, porque no se ha cerrado con las familias. Estamos luchando día a día con este compromiso moral con el pueblo, poder dar justicia a nuestros hermanos de la mal llamada Guerra sucia, del terrorismo de Estado. Ahora lo podemos contar, somos sobrevivientes y somos pocos los sobrevivientes, pero ¿dónde están los desaparecidos?,¿dónde quedaron las ejecuciones extrajudiciales?

—¿Ahora cómo se debe de luchar contra ese sistema que luchó Lucio Cabañas?

—El ideario de mi papá es que quería que no se talaran más árboles, quería salvaguardar la naturaleza, quería educación, una buena educación y todavía vemos que se venden las plazas, se venden los espacios para que los jóvenes estudien. Mi papá luchaba por cuestiones de salud. Los pueblitos están abandonados, no hay médicos y no hay medicinas y la gente se nos muere, o sea la gente que está más pobre, no tiene un servicio. Y queremos que los jóvenes se inmiscuya en la política del estado, del país, ¿por qué? Porque son el futuro de nuestro México y no estar formando jóvenes que solamente estén en los celulares y que estén jugando y que no hagan vida política, es necesario que conozcan nuestra historia para que nunca más se vuelva a repetir.

Micaela Cabañas Ayala, en el homenaje en el Otatal donde hace 50 años su padre Lucio Cabañas cayó en combate contra el Ejército mexicano el 2 de diciembre de 1974. Foto: Emiliano Tizapa

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El 3 de julio de 2011 mataron a mi madre. Una semana antes en el Congreso del Estado se había aprobado la Comisión de la Verdad, mi mamá era un testigo fundamental, muchas veces dijo que había visto con vida dentro del campo militar a muchos que están desaparecidos.

No sé, pero se hizo la comisión y me la mataron. Yo sentí que esa era la razón. Me la matan saliendo del templo a la 1 de la tarde. Esa vez me estuvo rogando que fuera con ella y le dije que no podía, me gustaba llevar a mi hijo al cine y ese día me tocaba llevarlo. Nos despedimos y se fue riendo, así fue la última vez que la vi con vida, mi mamá estaba riéndose porque yo le dije que iba a salir con un hombre, pero ese hombre era mi hijo.

Íbamos  llegando al cine cuando me habla el papá de mi hijo y me dice vente: “a tu mamá y a tu tía les pasó un accidente”.

Yo estaba muy desesperada, sentí un hoyo en el estómago, horrible. No supe cómo crucé toda una avenida, no supe cuando me subí al taxi. 

Cuando llegue a la casa vi un montón de sábanas con un montón de sangre y yo no sabía si llorar para allá o llorar para acá, gritaba y no sabía qué hacer, fue horrible esa etapa de mi vida. Fue horrible, horrible. No puedes definir el sentimiento del dolor cuando el dolor te está destrozando.

Esa noche también fue horrible, a las 8 me hablaron del teléfono de mi mamá, decía “Mamá” en el identificador y contesto. Le conteste teniendo a mi mamá al lado. Unos hombres me hablaron. Lo único que hice fue aventar el teléfono. Me hablaron para amenazarme y me dijeron que iban a llegar y nos iban a matar a todos los que estábamos ahí. Me tranquilicé un poco, fui a ver que estaban los dos cuerpos, me salí y le empecé a decirle a la gente que muchas gracias, que vinieron mañana porque yo quería estar sola, les decía: “por favor váyanse”. Total, desocupe la casa.

Ahí tienes que la mañana cuando ya llegaron las cajas, no tenía quien me ayudara a meter los cuerpos a las cajas y ya estaban un poco inflados y entonces estaba un hombre que llegó muy temprano ahí y la policía estaba afuera porque yo hablé que me habían hablado para amenazarme. Estaba sola ahí con el señor que estaba limpiando los cuerpos y llegó ese señor y se sentó ahí en el árbol de mango que teníamos, me acuerdo que tenía una cicatriz, volteo a ver a mi tía que venía saliendo y le digo: ¿quién es? Me dice: no sé. Le dije: “gracias por venir a acompañarnos, te pido de favor, ¿si me ayudas a echar los cuerpos a las cajas? Se puso bien nervioso, me dijo sí, y me metí tantito, cuando regresé ya no estaba.

Enterramos a mi mamá y a mi tía y me salí del pueblo, desde ese día jamás volví a regresar a mi casa porque tenía mucho miedo, soy desplazada desde ese día. Cuando logré regresar Xaltianguis después de 5, 6 años, hallé mi vaso de agua como estaba, mi plato con comida como lo había dejado, mi comida, mi refrigerador todo acedo, todo igual. Pero supe que hubo gente que se estuvo metiendo a la casa, no se llevaba nada, sólo se llevaban libros, papeles, se llevaban fotos pero no se llevaban las cosas. Tengo como seis denuncias en  la Fiscalía del Estado de Guerrero por allanamiento de morada sin ningún detenido y eso se han ido sumando a la carpeta primero, de feminicidio, y ahorita ya por delito grave, pero no hay avance, no hay alguien que sea presentado como asesino de mi madre y de mi tía. Está impune. No hay una línea de investigación que diga que ella era un testigo importante de la represión de los 70.

En un principio contratamos como familia a un investigador privado, el investigador dijo que dos hombres estaban en la tienda en una esquina del templo que estaban tomando un refresco y que uno de ellos entró al templo y preguntó: “quién es el familiar de fulana de tal”, alguien le dijo son aquellas dos que están allá.

El gobierno dijo que era un ajuste de cuentas, eso lo dijo Ángel Aguirre (ex gobernador). ¿Ajuste de cuentas? ¿De qué? El gobierno me dijo: ¿tienes enemigos? No señor, mi único enemigo siempre ha sido el Estado.

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