Por: Jesús Guerrero, Emiliano Tizapa y Arturo de Dios Palma
¿En manos de qué autoridades estamos los guerrerenses?
Es evidente, pero resulta necesario decirlo: estamos ante autoridades negligentes, omisas, ausentes, apáticas, indolentes, irresponsables, perversas, mentirosas, corruptas. Son autoridades que no garantizan nada, ni la vida.
El 27 y 28 de marzo, Guerrero vivió un episodio de terror. Camila, una niña de ochos años, fue secuestrada, luego asesinada y, al día siguiente, la supuesta secuestradora y asesina fue linchada por una turba enardecida.
¿Qué autoridad tuvo que haber impedido el secuestro de Camila?
¿Qué autoridad tuvo que haber protegido la vida de Camila?
¿Qué autoridad tuvo que haber impedido el linchamiento?
Ninguna lo hizo y es muy probable que no lo haga en el siguiente episodio de terror que viva Guerrero.
Esto es lo que sucedió con Camila, un relato que no debemos olvidar:
Camila llegó a la 1 de la tarde del miércoles 27 de marzo a la casa de Ana Rosa Aguilar Díaz, su vecina. La hija de Ana Rosa la invitó a jugar en una alberca inflable. Primero le dijeron que a las 11 de la mañana, luego que dos horas después. Esta no era la primera vez que Camila iba a jugar con la hija de Ana Rosa.
Entre la casa de Camila y Ana Rosa las separan 200 metros, están ubicadas en callejones paralelos comunicados por un pasillo.
A las 4 de la tarde, Margarita Ortega, madre de Camila, llamó a Ana Rosa para recogerla. La vecina le dijo que la niña nunca llegó. A los minutos comenzó a recibir llamadas a su celular de un número desconocido. Le pedían 250 mil pesos por la libertad de su hija.
Una de las vecinas ofreció el video de las cámaras de su casa. Ahí se observa cómo Camila pasa hacia la casa de Ana Rosa.
La familia accedió también a otro video: a las 2:38 de la tarde se ve a Ana Rosa bajando por el callejón El Chorrito con un cesto con ropa y a José Ricardo Amado Gaytán cargando una bolsa negra de plástico. Los dos llegan hasta la avenida Los Plateros, abren la cajuela de un taxi, meten el bote y la bolsa, se suben al vehículo y se van.
Margarita y otros familiares acudieron a la agencia del Ministerio Público en Taxco a presentar la denuncia por secuestro, no se la tomaron, tuvieron que trasladarse hasta Iguala a la Fiscalía antisecuestro de la Fiscalía General del Estado (FGE). Denunciaron la desaparición de la niña y entregaron los videos como evidencia.
En Taxco se extendió la alerta por la desaparición de Camila.
A las 9 de la noche a la avenida Los Plateros comenzaron a llegar decenas de personas en apoyo, bloquearon la vía y exigieron la liberación de Camila. También cercaron la casa de Ana Rosa.
El bloqueo continuó, a las 4 de la mañana, Margarita recibió otra llamada: tenía que ir al MP a identificar si el cadáver de una niña hallado sobre la carretera Taxco-Cuernavaca era el de Camila. Era Camila.
Desde ese momento, Margarita exigió al MP detener a Ana Rosa y a sus hijos Alfredo y Alejandro Estrada Aguilar. Las autoridades le prometieron que solicitarían a un juez la orden de aprehensión.
César Gómez, tío de Camila, contó que la noche del miércoles José Ricardo, el hombre que manejó el taxi, fue detenido y confesó dónde dejaron el cuerpo de la niña. Dijo que Camila murió por asfixia por estrangulamiento. Dijo que de acuerdo al peritaje forense cuando identificaron el cadáver de Camila —alrededor de las 4 de la mañana— tenía 14 horas de haber sido asesinada.
Camila pudo haber sido asesinada una hora después de que llegó a la casa de Ana Rosa.
Se dieron las 10:30 de la mañana y ninguna autoridad llegó a tomar declaración de la familia acusada, no realizó ningún peritaje en el domicilio, menos fueron a detenerla. En la avenida la rabia iba en aumento. La idea de sacarlos comenzó a surgir. Un grupo subió y se topó con un grupo de doce policías estatales. Le impidieron el paso. Se empujaron, se gritaron. Los policías pedían calma, que la orden de aprehensión ya casi venía.
Un agente estatal tomó su celular, marcó y habló —o simuló hablar— con un fiscal.
—Fiscal, apúrense, acá la gente está muy enojada— dijo el policía por el celular.
Calma era lo que menos tenían. Tenían rabia, furia. Y se veía en sus ojos, se escuchaba en sus gritos.
—No estamos enojados, estamos enfurecidos— precisó una mujer al policía.
Al final, acordaron que si en media hora no llegaba la orden de aprehensión, entrarían por la fuerza.
La media hora concluyó, la orden de aprehensión no llegó. La familia de Camila trató de apaciguar los ánimos.
“Me dice Margarita que tranquilos, que falta una declaración y sale la orden de aprehensión”, dijo una mujer que se presentó como amiga de la familia.
La media hora se largó. La furia se contuvo.
“Me están pidiendo que junte un grupo para que los de la fiscalía hablen con ellos y se calmen”, contó Margarita a un grupo de familiares cuando regresó del MP. Otra familiar les dijo: “A mí un amigo me dijo que en la fiscalía tienen miedo a que si los sacan, la gente los quiera agarrar y los linche”.
El grupo de la fiscalía no llegó a dialogar con los manifestantes, tampoco sacaron a Ana Rosa y su familia, pese a que sabían que la gente estaba enardecida. Lo único que ocurrió fue que llegaron otros doce policías. Las autoridades decidieron hacer lo que siempre hacen: ser vacilantes, negligentes, omisas.
Terminó la espera. La orden de aprehensión no llegó. La furia nadie más la pudo contener.
Eran las 12:40 de la tarde, una turba subió las escaleras del callejón, se enfrentaron con un poco más de veinte policías estatales que resguardaban el domicilio donde Camila estuvo por última vez. Hombres y mujeres derribaron la muralla que montaron los agentes. Quitaron a los primeros y los demás se quitaron solos.
Nada impidió la llegada de la turba a la casa. Nada. Tomaron barrotes, varillas, barretas, piedras y todos se enfilaron hacia la casa. Un grupo comenzó con la puerta, con un barrote la golpearon incesantemente. Otro grupo subió al techo, con barretas despegaron láminas.
—¡Aquí están!, ¡aquí están¡— gritó un hombre desde el techo.
El grito fue leña seca para la hoguera. Entonces volvieron a enfilarse con el tronco hacia la puerta con más fuerza. Una, dos, tres, decenas de veces hasta que derribaron la parte de abajo.
En el cuarto oscuro se asomó Ana Rosa, sus dos hijos y una de sus hijas,una adolescente. Todos querían a Ana Rosa. La mujer que apareció en el video. La que le dijo a Margarita que Camila nunca llegó a la casa.
La turba intentó entrar, los de adentro buscaron defenderse. Al final tumbaron la parte de abajo de la puerta. La turba entró a la casa. Golpeó a todos pero se enfocaron en Ana Rosa y sus dos hijos.
Los sacaron, los golpearon, los arrastraron por las escaleras hasta bajarlos a la avenida Los Plateros. Todo se convirtió en brutalidad. No tuvieron piedad. Unos les daban con el puño cerrado, otros a patadas, con las rodillas, con los codos. Con palos, con tubos, con piedras. Los policías y los soldados del Ejército y la Guardia Nacional se limitaron a ver.
Los tres tenían el rostro desfigurado, les brotaba sangre por la nariz, la frente, la boca. Nadie paraba la rabia. La rabia por el feminicidio de una niña de ocho años. Tal vez, rabia contenida, porque en Taxco y en este Guerrero los asesinatos, las desapariciones, los ataques, las extorsiones se cometen libremente. Nadie los impide. La impunidad impera.
Después de un respiro, los dos jóvenes fueron rescatados por policías y militares que los sacaron de la turba. A la mujer la subieron a una patrulla de la Policía Municipal, pero los golpes no pararon. Desde abajo le jalaron el cabello, le tiraron puñetazos. Le lanzaron insultos.
La patrulla quiso avanzar, pero de inmediato un grupo movió un vehículo y lo atravesó, para impedirle el paso. Los golpes siguieron hasta que la bajaron. En el piso la patearon hasta que se cansaron. Los policías municipales sólo miraron desde la batea de la patrulla.
—¡Quémenla¡!, yo los apoyo— propuso un hombre.
En minutos apareció una garrafa con gasolina a la mitad. Un hombre la tomó y casi cuando estaba por abrirla se le atravesó un joven flaco y ordenó:
—¡Ya! Ya viene la carroza con Camila, por respeto vamos a calmarnos.
Tomó la garrafa y se la llevó lejos de la turba. El anuncio de la llegada de la carroza apaciguó los ánimos, dejaron de patear a la mujer y los policías municipales aprovecharon para sacarla de ahí, pero la llevaron al MP y no a un hospital para que recibiera atención médica.
Cuando la patrulla arrancó y se fue, se escuchó un silencio que durante todo el día no se había escuchado. Todos descargaron la rabia, la furia.
Media hora después llegó la carroza con el cadáver de Camila y salió en cortejo hasta la funeraria Ángeles.
Una hora después, Ana Rosa murió a consecuencia de los golpes.
Margarita dijo que ese día no era la primera vez que Camila iba a jugar con la hija de Ana Rosa. Dijo que Camila quería mucho a Ana Rosa y a su hija. Dijo que ella mantenía una amistad con Ana Rosa y que no deseaba su muerte, sino que pasara sus días en la cárcel.
¿Este episodio se pudo evitar? Sí, se pudo evitar, pero las autoridades no quisieron.
Este episodio fue patrocinado por la impunidad, por la indolencia, por la irresponsabilidad de las autoridades.
¿Por qué secuestraron a Camila? Porque en este país se puede y no hay consecuencias.
¿Por qué asesinaron a Camila? Porque se puede y no hay consecuencias.
¿Por qué lincharon a Ana Rosa? Porque se puede y porque la población sabía que, tal vez, Ana Rosa nunca iba a ser llevada ante la justicia. En Guerrero se resuelve uno de mil homicidios dolosos. La impunidad es una losa.
La corrupción y la impunidad no son cosas aisladas, son problemas estructurales, profundos en la vida pública de Guerrero.
Esta vez el terror se hizo presente en Taxco pero pudo haber sido cualquier otro lado. En todo Guerrero están las condiciones para que ocurra otra vez: hay muchas personas, familias y pueblos enteros agraviados, llenos de frustración y rabia porque nunca llega la justicia. También autoridades corruptas e indolentes que han perpetuado la impunidad como único sistema.
En el caso de Camila fue evidente que a ninguna autoridad le interesó evitar esta tragedia. A ninguna. La fiscalía puso por delante la burocracia antes de aceptar la denuncia de la familia por el secuestro de Camila. ¿Qué hubiera pasado si a la familia la denuncia se la toman en Taxco y ese tiempo lo hubieran utilizado en la búsqueda de la niña?
Cuando ya se supo del feminicidio de Camila, el juez ignoró el contexto en que estaba sucediendo los hechos —que los presuntos responsables podrían escapar y que una turba enardecida amenazaba, como ocurrió, con hacerse justicia por su propia mano— y prefirió esperar los tiempo legales para librar la orden de aprehensión.
Y si el juez quería respetar hasta el límite la legalidad, ¿además de la orden de aprehensión no había otra posibilidad? ¿Un arraigo domiciliario? Sacar a Ana Rosa y a su familia, sin la calidad de detenida, y resguardarla en un hotel, en el ayuntamiento, en el MP, ¿no pudo haber sido una posibilidad? Antes de cumplir con la legalidad, el juez tuvo que garantizar la vida de esta mujer y su familia, más si eran los principales sospechosos.
Ana Rosa tuvo que seguir viva, porque si de verdad era la culpable, tuvo que ser enjuiciada y sometida a una sentencia. El linchamiento en ningún caso es justicia.
El gobierno del estado y el federal optaron por ser testigos. El gobierno de la morenista Evelyn Salgado Pineda, desde dos horas antes del linchamiento supo de la rabia de los pobladores y que la situación podría salirse de control. El grupo de policías estatales a las 10:30 de la mañana, en el primer intento de sacar a la familia de su casa, pidió refuerzos para contener la rabia. Salgado Pineda o quien haya tomado la decisión de enviar otros doce agentes para contener a una turba de más de cien personas.
El ahora subsecretario de Asuntos Políticos y Sociales de la Secretaría de Gobernación, Francisco Rodríguez Cisneros, declaró que eran pocos los policías estatales porque otro grupo “iban en camino”.
El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, dijo lo mismo: que soldados de la Guardia Nacional no habían alcanzado a llegar, pero eso es mentira. Desde muy temprano de ese jueves, había soldados del Ejército y la GN, a unos pasos de donde ocurrieron los hechos.
¿No se supone que desde enero en Taxco hay un gran despliegue policiaco-militar, tras la parálisis que sufrió la ciudad por la violencia? ¿Dónde estaban esos policías y soldados que tenían blindada la ciudad desde semanas atrás?
Cada periodo vacacional anuncian un despliegue de seguridad. ¿Prefirieron mantener a esos policías y soldados cuidando turistas en lugar de calmar la turba?
Una hora después del linchamiento, el gobierno de Salgado Pineda, mintió sin decoro, con cinismo. Se atrevió a decir que “aseguró” a las tres personas implicadas en el secuestro y feminicidio de Camila. No las “aseguró”, quien las aseguró fue la turba. Los policías y soldados lo único que hicieron fue recoger a Ana Rosa y a sus hijos después de haber sido golpeados brutalmente.
Pero las mentiras y el cinismo de parte del gobierno de Salgado Pineda, no es nada nuevo, no había pasado un mes desde que sus funcionarios hicieron un montaje para encubrir a policías estatales que asesinaron al normalista de Ayotzinapa, Yanqui Kothan Gómez Peralta.
Tres horas después del asesinato de Yanqui Kothan, el entonces secretario General de Gobierno, Ludwig Marcial Reynoso Núñez; el director de Gobernación, Francisco Rodríguez Cisneros y el secretario de Seguridad Pública, el general brigadier, Rolando Solano Rivera, dieron la primera versión. Dijeron que Yanqui Khotan iba drogado, que los estudiantes habían sido los primeros en disparar. Además avalaron que los agentes hayan alternado la escena del crimen: movieron la camioneta donde viajaban los estudiantes sin que hubieran realizado el peritaje.
Tras el crimen, los policías estatales declararon ante el MP, pero no fueron detenidos: la fiscalía no solicitó la prisión preventiva y la Secretaría de Seguridad Pública lo tuvo en “resguardo administrativo”.
Al tercer día del asesinato, se filtró que David Ramírez García, el policía que presuntamente disparó contra Yanqui Kothan, se “fugó” del “resguardo administrativo”.
Por estas irregularidades, el 14 de marzo estos funcionarios renunciaron a sus cargo y la gobernadora, la morenista Evelyn Salgado Pineda, solicitó al Congreso de Guerrero la remoción de la entonces fiscal general, la teniente coronel, Sandra Luz Valdovinos Salmerón.
Ninguno de estos funcionarios está siendo investigado, sometido en proceso penal. Todos están libres, impunes.
Este es el escenario indeseable, pero todo está listo para que Guerrero entre al camino del terror: hay muchos agravios y autoridades que mienten y asesinan.
Chirrionazo. Vaya escándalo trajo consigo las remociones de dos funcionarios de la Secretaría General de Gobierno. Resulta que tras designar como subsecretario de Desarrollo Político y Social a Francisco Rodríguez Cisneros, y a Rafael Julian Arcos como delegado de Gobierno de la zona Centro, los despedidos Óscar Luis Chávez Rendón y Raúl Suárez Martínez, respectivamente, denunciaron que al primero fue el padre de la gobernadora, Felix Salgado Macedonio, quien le solicitó la renuncia para que “el equipo” de la encargada de despacho de la dependencia, Anacleta López Vega, pudieran ocupar dichos salarios, bueno, los cargos.
Después, Suárez Martínez no sólo denunció que nadie le avisó de frente de su despido sino que se enteró por los medios de comunicación de su remoción. Además, acusó de mal uso del dinero a Francisco Rodríguez Cisneros, y reveló que el ex secretario Ludwig Marcial Reynoso Núñez ni les hacía caso. A casi tres años del gobierno de Evelyn Salgado Pineda va saliendo poco a poco quien ordena en Palacio de Gobierno, aunque todo este tiempo ha sido evidente.