Por: Jesús Guerrero, Emiliano Tizapa y Arturo de Dios Palma
Son las 3 de la tarde de un sábado de julio. En parte del estacionamiento del Parque Papagayo, en la avenida Cuauhtémoc, en Acapulco, decenas de albañiles trabajan a marcha forzada en la construcción de uno de los veinte cuarteles de la Guardia Nacional que anunció el presidente Andrés Manuel López Obrador como parte de su estrategia para combatir la inseguridad en el puerto. El sol es abrasador, inclemente. Aun así, trabajan sin parar, como si hubiera urgencia por terminar. La obra se construye de forma hermética: está tapada con tablas y plásticos negros. Desde la calle, apenas y se logra ver a los albañiles que trabajan en la azotea del inmueble de dos pisos. Nadie se distrae. A unos pasos de ahí, en el mismo Parque Papagayo, en la calle Manuel Gómez Morín, está arrumbada la principal biblioteca del puerto. El huracán Otis la destruyó. La convirtió en un cajón sin paredes, sin puertas, sólo hay muebles amontonados en mal estado. Ahí no hay ningún trabajador intentando ponerla en pie, reconstruyéndola. Está en el olvido y no se sabe cuándo volverá a funcionar, cuándo volverá a tener los 20 mil 200 libros que los vientos y la lluvia destruyeron.
La escena sintetiza perfectamente cuales son las prioridades.
Hace mucho, Acapulco dejó de ser un lugar paradisíaco y ahora es una ciudad que la carcome la violencia, la impunidad y la pobreza.
En 2006 comenzó la espiral de violencia. La ciudad se hundió en los asesinatos, las desapariciones, los ataques armados, las extorsiones y los desplazamientos forzados. Se volvieron cosa de todos los días. El puerto perdió su brillo, cientos de negocios cerraron, la gran inversión se esfumó.
Ya no está la discoteca Alebrije que en 2013 apagó sus luces. Ni el restaurante El Olvido, ni Pretra, ni la cadena California, ni Disco Beach, ni One Dólar. Tampoco está el Coyuca 2000, El Colonial, Acapulco mi amor, Primos.
Cerró el Shotover jet, el Mágico Mundo Marino, la plaza de toros que algún día vio al rejoneador español Pablo Hermoso de Mendoza. Las noches de cabaret se terminaron; no hay más show de esquí. Cerró el Jai Alai.
Acapulco ya no es más el destino preferido de nacionales y extranjeros.
De forma paralela, en Acapulco arrancó otra tendencia aterradora: se colocó como el municipio con más personas en condición de pobreza extrema en todo el país.
Violencia y pobreza galopan a un ritmo vertiginoso, así como la impunidad y el olvido.
¿Cómo se vive en una ciudad tan violenta y tan empobrecida?
De 2015 hasta junio de este año, en Acapulco han asesinado a 6 mil 61 personas, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
En 2015 se registraron 872 homicidios dolosos; en 2016, 918; en 2017, 833; en 2018 838; en 2019, 592; en 2020, 357; 2021, 443; en 2022, 437; en 2023, 452 y hasta junio del 2024, 319.
Este año, la tendencia de homicidios dolosos va en aumento, el primer semestre fue el más violento en los últimos seis años. Y se ve en las calles. Julio, sobre todo, ha recordado los peores momentos de violencia que ha padecido el puerto. Las organizaciones criminales tienen una carnicería: tiraron por lo menos 17 cadáveres desmembrados en las calles. Acapulco ahora está en medio de la violencia extrema.
También está en medio de la pobreza extrema. Los últimos tres informes del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), ubicaron a Acapulco como el municipio con más personas en situación de pobreza extrema en el país.
En el reporte de 2010, el Coneval informó que 108 mil 841 personas en Acapulco estaban en situación de pobreza extrema. En 2015, registró una disminución: 93 mil 513. En 2020, la pobreza extrema se disparó: 126 mil 672 personas no cuentan con los ingresos suficientes ni para cubrir su alimentación.
En 2020, el Coneval indicó que en el puerto había 394 mil 861 personas en situación de pobreza. El último censo del Inegi contabilizó 779 mil 566 habitantes. Saquemos las cuentas: más de la mitad de la población en Acapulco está en situación de pobreza y pobreza extrema.
El próximo año, el Coneval publicará el siguiente reporte. El resultado para Acapulco puede ser peor. En octubre de 2023, el huracán Otis, categoría cinco, fue devastador, sobre todo para esa franja donde habitan las personas más pobres: las ráfagas de vientos destruyeron sus techos y la lluvia acabó con lo poco que había adentro. Para ese Acapulco, la reconstrucción va demasiado lenta.
Durante veinte años, Acapulco ha sido gobernado por el PRD, por el PRI, por MC, nuevamente por el PRD y las dos últimas administraciones por Morena. El siguiente gobierno será de Morena.
La ciudad se ha deteriorado, cada vez es más hostil, casi nada funciona: ni la recolección de basura ni la distribución de agua potable; la vialidad y el transporte público son caóticos; no hay empleos dignos, tampoco hospitales y escuelas suficientes. No hay espacios recreativos. Estamos ante una ciudad que cada vez se vuelve más inviable para habitarla.
Gabino Solano Ramírez es académico e investigador de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro). Hace unos años fundó la maestría en Estudios de Violencias y Gestión de Conflictos.
Solano Ramírez plantea algunas de las causas que tienen a Acapulco hundido: la pobreza y la marginación, la violencia y políticos que no generan ninguna expectativa.
“Acapulco es marginal, con una mano de obra muy grande y con una tasa de desempleo muy alta. El promedio de ingreso es de los más bajo del país, es bajísimo. Una ventaja es que los costos también son bajos sino no se podría vivir. Eso ha provocado que no haya una industria, que no haya una clase empresarial, que no haya una innovación en la cadena productiva. Los profesionistas que quieren ascender en la escalada profesional tienen que salirse del estado”, dice el investigador.
Sumado a esto, dice Solano Ramírez, en Acapulco se ha sistematizado un mercado ilegal y las organizaciones criminales se apropiaron del territorio. Eso lo complica todo.
“No hay condiciones seguras para que se instalen empresas. Las grandes cadenas pueden hacer frente de mejor manera. Las posibilidades de tener un negocio local próspero son limitadas. Es más difícil ganarse un peso aquí que en una ciudad donde haya condiciones de seguridad, generar ingresos en Acapulco cada vez es más complicado”.
—Por qué no se le invierte a Acapulco? ¿por qué ha preferido dejarlo?
—Lo que jala es el gran capital y al gran capital Acapulco dejó de interesarle, ahora está en Cancún, Los Cabos. Las empresas extranjeras se fueron. La pregunta sería: ¿qué significa Guerrero para el país? En términos de historia muchísimo, en términos prácticos muy poco.
Parte del problema, Solano Ramírez lo ubica en la clase gobernante. Explica que hay una marginación institucional donde poderes fácticos como las organizaciones criminales, los caciques, toman relevancia que impacta en la funcionalidad de la ciudad.
“El atraso tiene que ver con nuestras élites políticas, yo he afirmado: son mediocres, no generan expectativa. No vemos políticos con ideas sensatas, plausibles. Ante esto uno piensa en un gran acuerdo para pensar qué hacer con la violencia, con la reorganización del turismo, con el transporte, pero no. Hay que revisar los liderazgos que tenemos y de verdad no son esas figuras que vayan a sacar adelante al puerto, no tienen ese alcance, no son figuras nacionales. Y las figuras nacionales vienen y se van, sólo vienen por sus clientelas”.
—¿Qué riesgos se están corriendo al no atender Acapulco?
—Acapulco necesita una cirugía mayor, se tiene que ver cómo se le llevan los servicios a la población: el agua, la luz, la recolección de basura, el transporte. Hay una inviabilidad de la ciudad. Si no se atiende se va a ir vaciando, ya lo vimos, el Inegi reporta que del 2010 al 2020 una disminución de casi un punto porcentual en Acapulco. En lugar de crecer en población, que es lo lógico, decrecimos. Ahora con Otis mucha gente se fue. El vaciamiento ya comenzó con la violencia y ahora con Otis lo va a recrudecer. Esa inviabilidad va a generar migración a otras ciudades. Se requiere un acuerdo en local y una gran decisión nacional.
Desde que comenzó la violencia en Acapulco han pasado tres sexenios: el de Felipe Calderón Hinojosa (PAN), el de Enrique Peña Nieto (PRI) y este último de Andrés Manuel López Obrador (Morena).
Calderón, Peña y López Obrador atendieron a Acapulco casi de la misma manera: llenaron las calles de militares. El resultado: el mismo.
A diferencia de Calderón y Peña, López Obrador ofreció combatir la violencia desde la causas: la pobreza, el desempleo, garantizar los servicios de salud, educación. Eso no ocurrió. Acapulco sigue con dos hospitales generales, donde la atención es universal, para casi 800 mil habitantes, pero estos sólo cubren una parte de la población, toda la zona poniente está desprotegida. Continúa con un sólo centro cultural, que intentaron convertir en cuartel para la Guardia Nacional, pero la resistencia de la comunidad cultural lo impidió.
Para los jóvenes hay dos unidades deportivas y las principales bibliotecas, la del Parque Papagayo y la del Zócalo, están en ruinas tras el paso de Otis.
Las carencias ahí siguen: 123 mil 241 personas tiene un rezago educativo; 281 mil 009 no tiene acceso a los servicios de salud; 419 mil 866 acapulqueños no puede acceder a la seguridad social; 130 mil 963 viven en espacios inadecuados, sin la calidad necesaria; 220 mil 919 no tienen los servicios básicos en sus viviendas y 262 mil 349 carecen de una alimentación nutritiva y de calidad, según reportes de Coneval y el Inegi.
Tras el huracán Otis, López Obrador ofreció ayudas que han resultado insuficientes para reconstruir a Acapulco, se han limitado a reparar algunos daños, sin resolver los problemas de fondo, los de siempre. Hizo algo más: en marzo comenzó con la construcción de 20 cuarteles para albergar a 10 mil soldados que de forma permanente vigilarán el puerto. Dijo que en Acapulco comenzaría un nuevo modelo de seguridad en el país.
Además, AMLO anunció la construcción de dos unidades habitacionales con 660 viviendas para los soldados de la GN. El plan inicial era construir 38 cuarteles en Acapulco y dos en Coyuca de Benítez.
Apenas el 19 de julio terminó la construcción del primer cuartel en la zona suburbana del puerto, en Llano Largo.
Desde noviembre están desplegados 10 mil soldados de la GN por todo Acapulco. Recorren incesantemente la Costera Miguel Alemán, pero los asesinatos no paran. Justo ahora se vive uno de los momentos más cruentos.
En estos meses, el papel de la GN ha sido cuestionado. El presidente de la Asociación de Hoteles y Empresas Turísticas de Acapulco (AHETA), José Luis Smithers Jiménez, considera que se han limitado a tomar un papel de observadores y recogedores de cadáveres.
“Yo creo que aquí se debe aplicar mano dura en todo, y que la Guardia Nacional deje de estar de simple observadora, porque esto se está saliendo de las manos”, consideró el empresario.
Fernando Terrazas Baños es el coordinador operativo de la secretaría técnica de la organización Guerrero es primero, una red de organizaciones de la sociedad civil que nació en 2015 a raíz de la violencia e inseguridad que se viven en el puerto. La organización recoge las demandas de actores locales para hallar alternativas y salidas a la violencia.
Terraza Baños considera necesarios los equilibrios: sí cuarteles, pero también bibliotecas, canchas, centros deportivos, culturales, espacios de esparcimientos, de distracción, de formación, más escuelas, más espacios comunitarios.
¿Por qué a pesar de una fuerte intervención de soldados, la violencia no cesa en Acapulco?
Acapulco está roto: su sistema de seguridad está desmantelado, la impunidad impera y el tejido social está desgarrado.
Solano Ramírez considera que toda estrategia que implementa el gobierno federal con la GN no tendrá resultado si no se conecta con una local. Pero de ahí viene el verdadero problema: en lo local no hay estrategia, incluso, ni policía funciona.
“Veo en lo local no hay una estrategia y así es difícil dialogar. El gobierno federal plantea sus prioridades pero en lo local no. Y eso complica todo porque cómo vas a dialogar si no tienes condiciones para hacerlo”, dice el investigador.
Ejemplifica: en Acapulco desde hace 10 años no hay una Policía Municipal.
“Hay una nómina pero no opera como policía, no hace funciones de seguridad pública y como no hay algo local, lo asume la Federación. La GN se va a quedar corta si la estrategia no emerge de lo local, hay casos de éxitos, Monterrey y Coahuila donde constituyeron sus propias policías, las formaron, corrieron a todos y comenzaron de nuevo. Aquí no hay dinero ni para liquidarlos”.
Emma Mora Liberato es integrante del colectivo Familiares en búsqueda de sus desaparecidos de Acapulco. Busca a su hijo Alberto José Tellez Mora de 14 años que fue secuestrado el 20 septiembre del 2011 y que hasta ahora no tiene ningún indicio de dónde podría estar.
Mora Liberato conoce bien el terror que significa la desaparición y el terror de la impunidad.
—¿Por qué no se detiene la violencia en Acapulco?
—Porque prevalece la impunidad. La impunidad es el factor número uno, la corrupción es otro factor. La indolencia, es otro. Y la negligencia de las autoridades que dicen abrazos no balazos. ¿En qué ha beneficiado esa política? La impunidad ha fortalecido a esos grupos, se sienten tan poderosos porque saben que no los van a detener. Hacen lo que hacen porque nadie les pone un alto.
La operación de las organizaciones criminales convirtió a Acapulco en un hoyo negro: hay cientos de desaparecidos, sobre todo jóvenes. Mora Liberato explica que los jóvenes de entre 16 a 24 años son los que más están siendo desaparecidos.
Jóvenes sin opciones son la carne de cañón de los criminales.
Y algo peor: su colectivo ha registrado que a partir del 2021 se está incrementando el número de mujeres que están desaparecidas. Niñas y jóvenes entre los 12 y los 18 años de edad. En Acapulco, dice, hay mil 533 personas desaparecidas.
A los desaparecidos sólo los buscan sus familiares, casi ninguna autoridad intenta localizarlos.
“Al inicio del gobierno de López Obrador nos reunimos los colectivos del país en Palacio Nacional. Nos dijo que no habría techo financiero para las búsquedas. Lo del techo financiero fue un engaño, no sé qué han hecho con el dinero, nos quitaron personal, un personal que capacitaron, que gastaron, los agentes del MP también los corrieron. A nosotros no nos sirve un personal que no tiene la capacitación”.
Para Terrazas Baños el tejido social en Acapulco está roto y la desconfianza predomina. Recuperar estas dos variantes pueden ser las salidas que necesita el puerto.
“Lo debemos recuperar el Acapulco del día a día, el Acapulco del trabajador hotelero, del prestador de servicios, el Acapulco de la tiendita de la esquina. Debemos buscar la participación de los gobiernos, de los vecinos, de la iglesia, de la academia, hay que seguir reformulandonos hasta encontrar la fórmula para que los índices de violencia bajen.
—¿Qué no se está haciendo en Acapulco? —se le plantea a Terrazas Baños.
—Ha dejado de haber convivencia en las colonias y solidaridad en Acapulco. No se han construido mecanismo de confianza y éstos deben ser reforzados por las autoridades, por el gobierno federal, estatal y municipal. La sociedad debe pensar en formas de recuperar las acciones comunes en las colonias. Son formas muy territoriales, muy pegadas a uno que generan otros niveles de confianza, es una escala micro, y esto puede desactivar que jóvenes sean captados por los criminales.
—¿Hay alguna salida para Acapulco?
—Se necesita primero sanar en lo social. En Acapulco se ve lo visible: el asesinato, la desaparición, la extorsión, el asalto pero hay otras violencias que no visibilizamos, una anclada al subdesarrollo social, cultural, la violencia de género, la violencia contra los niños y niñas, la violencia de no poder acceder al servicio de salud. Si la gente pobre está más ocupada en cubrir sus necesidad ¿quién va a participar en el espacio público? No hay posibilidad si todo el tiempo tenemos que trabajar para comer —dice el investigador de la Uagro.
Chirrionazo.
Alejandro Bravo Abarca, líder estatal del PRI, festejó su cumpleaños 57 con bombo y platillo durante tres días. El viernes 16 de agosto fue la fiesta en su magna residencia ubicada en Ixtapa-Zihuatanejo, donde hubo comida y bebida a diestra y siniestra para cientos de invitados, entre ellos, Manuel Añorve Baños, el alcalde electo de Chilpancingo, Alejandro Arcos, diputados locales en funciones y diputados electos.
Decenas de grupos musicales amenizaron el evento y la variedad corrió a cargo del cómico guerrerense, Javier Carranza “El Costeño”, quien se echó un raund con una serie de insultos con un reportero de Acapulco. A lo mejor eso fue lo que le dio color a la fiesta de Alejandro Bravo.
El sábado, siguió la fiesta, pero Alejandro invitó a un grupo más selecto a la casa de su padre en Petatlán, y en la tarde de ese mismo día, una comilona en su rancho que tiene frente a la playa Vicente. Así pobremente.
Todavía este domingo 18 de agosto, hubo otro pachangón en un restaurante en Zihuatanejo.
Mariscos, tacos, birria de chivo, de borrego, cerveza, ron, brandy y whisky, fue lo que se sirvió durante los tres días de fiesta para el cumpleañero, quien dos veces ha sido alcalde de Petatlán y una de Zihuatanejo, diputado federal y en la 64 Legislatura local que se instalará el próximo 30 de septiembre será el coordinador de la bancada del PRI que contará con seis diputados, incluido él.
A ninguno de los tres pachangones que armó el líder priísta llegó su ex jefe, el ex gobernador Héctor Astudillo Flores. Jorge Sánchez Allec, alcalde de Zihuatanejo y su esposa a quien le herederá el cargo, Lizet Tapia, llegaron tarde a la maratónica fiesta del líder del tricolor porque recién habían llegado de paseo de Estados Unidos.
Seguro Bravo Abarca ha de tener muchísimo billete para que le organizaran esta maratónica fiesta. Seguro que si tiene mucho billete y del grande, nomás hay que contar los años en que ha estado en cargos públicos. Los priístas no aprenden la lección, creen que con sus bacanales se ganan la simpatía de la gente.