Emiliano Tizapa Lucena
Acapulco
A las 4 de la madrugada del 24 de octubre del 2023, Cándido Trinidad de la Cruz no sabía la pesadilla que iba a vivir y de la que aún no despierta.
Ese día, Cándido salió de su pequeño cuarto construido en la falda de un cerro y a pie de la calle Interior Cbtis en la colonia Nueva Era, al poniente de Acapulco. Aún duermen su esposa Janet Ortega González y sus hijos, Ángel Martín y Camila de Jesús Trinidad Ortega.
A las 6:30 de la mañana, Cándido y su hija Camila, de 12 años, salen de casa, ella en dirección a la escuela, él a trabajar. Todos los días, Cándido prepara desde temprano aguas de frutas que vende en las calles del centro de Acapulco.
A las 10 de la mañana termina su jornada laboral, recoge su puesto de venta de aguas, se dirige al Mercado Central de Acapulco para surtirse de frutas e insumos y después regresa a su casa rumbo a Pie de la Cuesta.
Esta era la rutina de Cándido hasta que la madrugada del 25 de octubre de 2023, los fuertes vientos y las lluvias del huracán Otis, categoría cinco, formó un río que bajó por la pendiente de su calle e hizo trizas su cuarto, que apenas medía cuatro por cinco metros, las paredes eran de tabicón, el techo de lámina, las ventanas y puertas de madera.
Su esposa y sus dos hijos desaparecieron.
Cándido aún no se explica cómo escapó de la corriente de agua: “haz de cuenta que me agarraron y me aventaron para afuera, no me tocaba”.
Son las 3 de la tarde, es 18 de octubre de 2024, a una semana de que se cumpla un año de la devastación de Otis. En este momento, Cándido viste una bermuda azul marino, una camisa negra con detalles en blanco y rojo y usa sandalias. Los ojos de Cándido lucen hinchados, están rojos, pero a pesar de la adversidad, sonríe.
Tras aquella madrugada en la que perdió a su familia, Cándido quedó en shock, los primeros días se aferró a la esperanza de que tal vez la corriente de agua sacó a su esposa e hijos por otro lado y estaban refugiados en algún albergue.
Sin embargo, pasaron los días, las semanas y los meses y la esperanza de hallar a su familia se apagó.
“Cuando me pasó eso estaba bien amolado, bien amolado, hasta decía no, no tiene sentido mi vida”.
En los primeros meses, Cándido comía poco y casi no dormía pensando en su familia, eso le provocó estrés y desmayos.
Cándido reconoce que su familia y la gente que lo visitó fueron los que le dieron ánimo para no caer en el suicidio, pero también para sobrellevar su pena sin caer en el alcoholismo ni en la drogadicción.
Los momentos más duros para Cándido son cuando comienza a recordar a su familia, por ejemplo a su hija con quien más convivía porque la llevaba y traía de la escuela. Y por las tardes, cuando su hijo también llegaba a casa del Cbtis y su esposa de trabajar.
La ausencia de su familia, dice Cándido ha sido muy dolorosa y triste este primer año.
“Hay momentos que me quedo en el cuarto, o sea, uno está acostumbrado a tu familia y al no verlos me quedo pensando cómo fue mi vida con ellos”.
Poco a poco Cándido se ha hecho a la idea de que no volverá a verlos.
“Trato de recordar los momentos bonitos con ellos pero a veces sí me pega el chingadazo de que ya no están, pero digo vámonos para arriba. Fue un cambio tan brutal, imagínate perder a tu familia de repente, te vas para abajo”.
Personal de la Fiscalía General del Estado (FGE) estuvo buscando a su familia en la zona donde quedó tirada su vivienda, sin embargo, nunca hallaron ningún rastro.
A Cándido le dijeron que la Marina Armada de México también colaboraría en la búsqueda, pero nunca supo más; el tiempo se detuvo, no volvió a mirar el reloj ni el calendario. Ahora calcula que fue como en diciembre cuando la Fiscalía le dio a firmar un documento en el que se deslindaban de seguir buscando a su familia.
“Desde que firmé esa hoja yo di por terminada la investigación, ya no hubo más. Supuestamente me iba a comunicar la Fiscalía en caso de que la Marina tuviera algo, pero nada se supo”.
A un año de perder a su familia, Cándido reflexiona que aunque hubiese sido doloroso prefiere haberlos encontrado, saber donde están, sepultarlos y saber dónde ir a verlos.
“Me ha servido retomar las ventas de mis aguas frescas, trabajar; como tengo muchos conocidos llegaban, me saludaban, platicábamos y eso me ha ayudado muchísimo”.
Fue hasta mediados de febrero de 2024, casi cuatro meses después de Otis, cuando Cándido empezó a retomar su vida y su trabajo.
“Cuando regresé a trabajar hasta hicieron fila para darme el pésame, el abrazo. Sentí bonito, muy agradecido porque me puse a pensar, toda esta gente me aprecia, toda esa gente está conmigo”.
Cándido se dice agradecido con las personas que sin conocerlo llegaron hasta donde estaba su casa. Personas que antes pensaban eran solo clientes ahora tienen otro vínculo de amistad porque lo visitan, le compran pero también se preocupan de su estado emocional, de cómo le va con las nuevas lluvias.
El 6 de junio, el 31 de agosto y el 4 de septiembre de este año, Cándido sufrió demasiado, fueron los cumpleaños de Camila, Ángel y Janet.
“Fue muy triste porque tú sabes que un cumpleaños es alegría, igual Navidad y Año nuevo, yo ver a la familia de mi hermano y la mía no la tengo, sí me pegó mucho”.
En estas fechas Cándido les dedicó una misa religiosa y optó por regresar a casa y encerrarse, no quiso saber de nada.
“Cuando me llega la nostalgia saco unas lágrimas, si me desahogo, digo pinche madre me está pegando, pero vámonos tu Diosito me echas la mano, no me deprimo, agarro aire. Digo ustedes (su familia) están conmigo y desde allá arriba me cuidan y me levanto”.
Tras un año de Otis, Cándido ahora vive con su madre y hermano, trabaja casi a diario vendiendo aguas en el centro de Acapulco para continuar su vida y reconstruir una casa. Donde estaba su antigua vivienda ahora solo hay escombros y un pequeño altar.