Texto: Arturo de Dios Palma
Fotografía: Salvador Cisneros
Yair Santiago Escobar tiene 18 años y quiere ser enfermero. Y está en eso: todos los días a las 6:30 de la mañana sale de su casa en la comunidad de Ixcateopan, en el municipio de Alpoyeca, en la Montaña de Guerrero, rumbo a Tlapa a estudiar enfermería.
Cursa el tercer grado en el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) en la especialidad de Enfermería general. En estos días, Yair regresa a su casa hasta las 9 de la noche porque está realizando su servicio.
Para que pueda estudiar y hacer su servicio, Yair gasta todos los días 250 pesos, entre los pasajes, su almuerzo y su comida y materiales.
Yair quiere estudiar la licenciatura en Enfermería, para eso tendría que irse a Chilpancingo, a Acapulco o hasta Puebla, ese traslado implicaría más gastos. Su familia también lo desea, pero todo depende de que su padre, Francisco Santiago Cervantes siga trabajando en los Estados Unidos, donde llegó hace dos años y medio de manera indocumentada. Su permanencia dependerá de que el presidente de ese país, Donald Trump, no cumpla sus amenazas: deportar al mayor número de indocumentados.
El 14 de julio del 2021, Francisco salió de Ixcateopan decidido a cruzar la frontera entre los Estados Unidos y México para trabajar. Salió con un amigo. Los dos se fueron a la frontera y contrataron a un pollero, los metió al desierto y ahí se perdieron, se separaron.
Francisco no sabía qué hacer, no sólo era la primera vez que intentaba cruzar la frontera, sino también la primera vez que estaba tan lejos de su pueblo, de su casa, de su familia. Como pudo, Francisco cruzó el desierto acompañado de otros migrantes que nunca había visto y nunca más volvió a ver.
“No se rinda compañero, ya casi vienen por nosotros”, le dijo el desconocido a Francisco, recuerda Gabriela Escobar Benicio, su esposa y madre de Yair.
El 29 de julio del 2021, Francisco logró llegar hasta Nueva York para encontrarse con su hermano. Con el paso de los días, también se encontró con el amigo con el que salió de Ixcateopan.
Hasta antes del 2021, la idea de irse a trabajar a los Estados Unidos era algo lejano para Francisco. Había escuchado muchas historias de amigos y paisanos que estaban en aquel país, se enteraba de cómo enviaban dinero y veía cómo cambia la vida de las familias. Aún así, Francisco prefería la vida cerca de sus cuatro hijos. Pensar que no vería crecer a sus hijos lo aterraba.
Un día, Yair, su hijo mayor, pidió hablar con Francisco y Gabriela. Les contó sus sueños, sus planes con la firmeza de alguien que sabe que está decidiendo el camino correcto.
“Quiero ser enfermero”, les dijo Yair sin titubeos.
La convicción del muchacho dejó a Francisco y Gabriela preocupados. Sabían que no podían detener los sueños de Yair, sino todo lo contrario: tenían que hacer algo para que lo cumpliera. No quería que se quedara como Francisco que sólo estudió hasta el quinto de primaria o como Gabriela que apenas pudo terminar el bachillerato. No querían que su vida se le escurriera en los surcos sembrando maíz, frijol, calabaza y que su única recompensa fuera sobrevivir.
Después de esa plática, Francisco pasó días pensando, viendo su realidad. Era campesino y en ocasiones hacía trabajos de albañilería. Le pagaban por mucho 150 pesos por una jornada de trabajo extenuante.
La idea de irse a Estados Unidos lo fue acorralando pero tenía un problema muy grande: no tenía dinero ni para poder llegar a la Ciudad de México.
En las semanas siguientes, se encontró con un amigo que había vuelto de los Estados Unidos a Ixcateopan. El amigo le propuso un plan: que se fueran juntos y que él le prestaba para cubrir los gastos con el compromiso de que cuando tuviera trabajo se los pagara.
Francisco corrió a contarle a Gabriela.
“Tenemos cuatro niños y todos están estudiando y quiero que sean algo en la vida, quiero que mi niño estudie enfermería y pues me salió esta oportunidad de mi amigo y pues me voy”, le dijo firme Francisco.
La noticia no le cayó muy bien primero a Gabriela, se quedaría sola con cuatro niños.
“A mí me preocupa mucho que él no esté porque así como están las cosas los chamacos necesitan mucha atención”, dice.
Han pasado dos años y medio desde que se fue Francisco a los Estados Unidos; allá ha trabajado empaquetando carnes, haciendo limpieza en empresas y de cualquier otro tipo de trabajo.
“Apenas me habló, estaba con harta calentura, venía llegando del trabajo, le dije que por qué no se había quedado a descansar pero me dijo que no lo había llamado y no podía perder la oportunidad”.
En este tiempo las cosas no han sido nada fáciles pero, dice Gabriela, sin el dinero que manda Francisco sería imposible que Yair cumpla sus sueños y que los otros tres niños puedan seguir estudiando.
Gabriela tiene bien claro que con el trabajo de Francisco en Ixcateopan no iban a poder lograrlo. A la semana, calcula se gasta hasta unos 2 mil 500 pesos sólo para que los cuatro hijos puedan ir a la escuela, más la alimentación.
Francisco envía unos 7 mil pesos quincenales que apenas alcanzan para cubrir los gastos. Pero aún así, el margen es mayor que hace dos años y medio.
Cuando Francisco estaba en Ixcateopan no se quedaban sin comer pero sí había ocasiones que estaban al límite.
“Acá Francisco cobraba 900 pesos a la semana por andar de peón”.
Esos 900 pesos alcanzaba para comer frijoles con tortillas y salsa. La carne, la pizza eran gustos que se podían dar muy esporádicamente. Muchas veces, recuerda Gabriela, tuvieron que pedir fiado porque no alcanzaba. Su padre, dice, ha sido uno de sus principales respaldos. Cuando Francisco estaba en su pueblo, les ayudaba a completar con el gasto de la comida y ahora está muy al pendiente de sus hijos.
“Acá mis niños cuando quieren salir a un lado le tienen que pedir permiso a su papá-abuelo, él se los lleva a trabajar al campo para que valoren lo que está haciendo su hijo en Estados Unidos”, dice Gabriela.
Ahora en su casa no hay abundancias pero el hambre ya no aprieta como antes.
“Francisco luego me llama y me dice: ´comprarle carne a los niños, algo de fruta aunque sea de un kilo de algo que la prueben´. Y cuándo le va bien si me dice:´cómprale su pizza a mis niños´ y se la compro”.
La relativa estabilidad que tiene la familia de Gabriela y Francisco depende de la ofensiva que pueda lanzar en su gobierno Donald Trump contra los indocumentados.
Francisco es uno de los 900 mil guerrerenses que radican en Estados Unidos como indocumentados. En caso de ser deportado el sueño de Yair, el ser enfermero, se derrumbaría.
El tema de la deportación, dice Gabriela, no lo han hablado; piensa que no la quiere preocupar ni a Yair. Cuando se comunican, por ahora, Francisco está más preocupado porque su hijo menor no se quede llorando.
Francisco no tiene fecha de regreso, pero sí tiene un plan: en cuanto Yair se gradúe como enfermero y construya su casa se regresa, todo depende de que no sea deportado.