Arturo de Dios Palma

El Otatal, Tecpan.

La cañada de El Otatal es un recodo apacible en la sierra de Tecpan: vegetación tupida, aire fresco y un silencio profundo. Tal vez, la única ocasión que perdió su calma fue hace 50 años. Fueron 15 minutos, cuando el comandante guerrillero Lucio Cabañas Barrientos se enfrentó por última vez al Ejército.

Aquí fue el último despertar, el último suspiro, el último disparó del profesor rural, Lucio Cabañas. Eran las 8 de la mañana del 2 de diciembre de 1974, soldados de la 27 Zona Militar rodearon el lugar. Estaba copado de militares, todos con un solo objetivo: asesinar al líder guerrillero.

Lucio Cabañas se había quedado sólo con tres de sus compañeros: Lino Rosas Pérez, Esteban Mesino Martínez y Marcelo Serafín Juárez, un adolescente de 14 años de edad. De hecho estaban solos en todo El Otatal. Desde el 28 de noviembre todo el pueblo se había trasladado a Tecpan para la boda que se celebró el 30. Para cuidar las viviendas se quedaron dos pobladores, recuerda Félix Ramos Maldonado, el novio de esa boda.

El 27 de noviembre, en el barrio del Santuario de Tixtla, el Ejército capturó a la madre, Rafaela Gervacio Barrientos; a su pareja, Isabel Ayala Nava y a su hija de dos meses de nacida, Micaela Cabañas Ayala. Las tres fueron encarceladas, torturadas en el Campo Militar Número Uno, en la Ciudad de México. Lucio Cabañas tal vez no se enteró de la detención.

El escritor y cronista Víctor Cardona Galindo cuenta que minutos antes del ataque del Ejército, Isabel Ramos, un poblador de El Otatal, llegó hasta donde estaba Lucio Cabañas; fue por uno de sus primos y otros combatientes para realizar unos trámites en el Instituto Mexicano del Café (Inmecafé). Eran 15 los que integraban el último grupo que acompañaban al profesor.

Isabel se llevó a 12 y dejó a Lucio Cabañas sólo con tres.

Cardona Galindo plantea que Isabel Ramos pactó con el Ejército la entrega de Lucio Cabañas.

Cuando Lucio Cabañas, Lino Rosas y Estaban Mesino se quedaron solos, el Ejército apretó el cerco y desde la espesa vegetación comenzó el ataque. Cardona Galindo calcula que todo fue rápido, no duró más de 15 minutos el último enfrentamiento.

Cardona Galindo cuenta cómo pudo ser la muerte de Lucio Cabañas: “Murió en la balacera, tenía un disparo en la axila, que para mi ese fue el primer disparo que recibió. Eso lo obligó a darse la vuelta y recibió otro en la espina dorsal y quedó tirado, el último disparo se lo dieron ya  tirado en la piedra donde quedó, se lo dieron cerquita”.

A Lino Rosas y Esteban Mesino los capturaron y, a unos metros de donde quedó tirado Lucio Cabañas, los fusilaron.

A los cadáveres de Lino Rosas y Esteban Mesino, los soldados apenas y les echaron tierra, fueron los pobladores quienes se los llevaron al panteón de la comunidad El Guayabito. Luego fueron trasladados al panteón de Atoyac.

El cadáver de Lucio Cabañas, dice el cronista, lo subieron a un helicóptero. Antes, los soldados que participaron en la operación se tomaron una fotografía con el cadáver del líder guerrillero tirado en el piso. Lo presumieron como un trofeo.

En el helicóptero trasladaron el cadáver de Lucio Cabañas al batallón de Atoyac; llamaron al entonces alcalde de Atoyac, Silvestre Hernández Fierro; a Genarita Reséndiz, directora de la primaria Modesto Alarcón, donde dio clases Lucio Cabañas, y Régulo Fierro Adame, para reconocer el cadáver del líder guerrillero. En el cuartel militar, el médico Rodolfo Guillén del Valle realizó la necropsia, según el libro El último disparo, del profesor y periodista Felipe Fierro Santiago.

Al helicóptero también subieron a Marcelo Serafín. Lo obligaron a montarse en el cadáver de Lucio Cabañas. Fue detenido  —cómo quedó documentado en una fotografía— y luego desaparecido.

Desde ese momento, nadie sabe nada de Marcelo Serafín el adolescente de 14 años que se unió a la lucha de Lucio Cabañas.

En la madrugada del 3 de diciembre, sigilosamente, el Ejército echó a una fosa común del panteón de Atoyac el cadáver de Lucio Cabañas envuelto en una sábana. Según Cardona Galindo, le echaron en la parte del tronco del cuerpo clavos y grapas para que se desintegrara.

“Querían desaparecerlo por completo”, dice.

Ahí estuvo hasta 2001, cuando lo exhumaron y sus restos fueron colocados en el obelisco que se construyó en su honor en la plaza principal de Atoyac, ahí donde comenzó todo.

Marcelo Serafín Juárez, adolescente de 14 años detenido el 2 de diciembre de 1974 en el Otatal. Foto: Especial

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Eran las 11 de la mañana del 18 de mayo de 1967. Lucio Cabañas junto con otros profesores y padres y madres de familia protestaban en la plaza de Atoyac. Exigían la salida de la directora de la primaria Juan N. Álvarez, Julia Paco Pizá.

Paco Pizá exigía uniforme a estudiantes de muy bajos recursos y cuotas.

La protesta estaba siendo vigilada por policías judiciales. El comandante Enrique Castro Arellano, con un arma larga, intentó evitar que los discursos siguieran. Forcejeó con algunos participantes y después los agentes comenzaron a disparar contra la multitud. Murieron cinco personas, entre ellas una mujer embarazada y tres más quedaron heridos. Lucio Cabañas salió ileso y alcanzó a huir.

Con el paso de los años, han surgido versiones de que ese ataque tenía el objetivo de asesinar a Lucio Cabañas, un profesor que había mostrado su rebeldía.

Después de ese ataque, Lucio Cabañas junto con algunos de sus seguidores se subió a la sierra a organizar la guerrilla. No la dejó hasta que lo mataron en combate.

En la sierra, organizó el movimiento rebelde: fundó el Partido de los Pobres y la Brigada Campesina de Ajusticiamiento.

Dos años después comenzaron las acciones guerrilleras. Hubo reacción del Ejército. El secretario de la Defensa Nacional de ese tiempo, Hermenegildo Cuenca Díaz, lanzó la Operación Telaraña y con ella comenzó la represión.

Los pueblos de Atoyac, Coyuca de Benítez y Tecpan comenzaron a llenarse de militares. El 23 de agosto de 1972, el grupo combatiente de Lucio Cabañas emboscó a militares del 50 Batallón de Infantería en el poblado de Arroyo Oscuro. Murieron 18 soldados.

Por esa emboscada, el Ejército culpó a los pobladores de El Quemado. Los torturó a todos, no todos sobrevivieron: siete no resistieron los golpes, los toques de electricidad, los hundimientos en el agua —casi al ahogamiento—, los días sin agua ni comida. Murieron. Otros siguen desaparecidos: Gregorio Flores, José Veda Ríos, Aurelio Díaz, Salustio Valdés, Ángel Piza, Mauro García e Ignacio Sánchez; este último murió en la cárcel en plena tortura pero su cadáver no fue entregado a su familia. Otros 24 fueron sentenciados a 30 años.

Sin embargo, muchos pobladores aseguran que se enteraron de la emboscada el día que los detuvieron y, muchos, hasta ahora —52 años después — afirman que siguen sin conocer el Arroyo Oscuro.

La represalía del Ejército con El Quemado no terminó ahí, duró siete años, militares lo tuvieron prácticamente sitiado, hostigaron y persiguieron a los que se quedaron, en su mayoría mujeres y niños. Los llevaron al límite, no podían salir del poblado, incluso, hasta les impidieron que trabajaran en comunidades vecinas.

Los detenidos sufrieron la tortura y la crueldad de la cárcel, los que se quedaron la pobreza y el hambre.

El embate del Ejército no terminó ahí. Al año siguiente, lanzó la Operación Luciérnaga. Y siguió la represión.

La mañana del 24 de abril de 1973 el Ejército masacró a seis pobladores de la comunidad Los Piloncillos. Esta es parte del relato que documentó el profesor Felipe Fierro en su libro El último disparo.

Esa mañana, a Los Piloncillos irrumpieron militares junto con civiles con pañuelos rojos amarrados en el brazo. Lo primero que hicieron fue asesinar a Saturnino Sánchez García, un hombre enfermo. Estaba sentado en una silla. Ahí le dispararon.

Luego se toparon a Santos y Eleazar Álvarez Ocampo, les ordenaron que se fueran al patio de la escuela. Ahí también llegaron Crescencio Reyes, Toribio Peralta y Margarito Valdez. A todos los demás pobladores les prohibieron salir de sus casas.

Luego a los cinco los fusilaron.

Meses después, un grupo de soldados regresó, intentó convencer a los pobladores que la masacre la realizó Lucio Cabañas pero eso fue imposible: esa mañana del 24 de abril de 1973, los militares y los civiles llegaron y se fueron en un helicóptero.

Luego, en marzo de 1974 la Operación Cerco.

El 30 de mayo de ese año, la guerrilla de Lucio Cabañas secuestró al senador de la República, el priista, cacique y quien sería meses después gobernador, Rubén Figueroa Figueroa. Lo mantuvo en la sierra hasta el 8 de septiembre. Desde ahí el cerco contra el líder guerrillero se endureció.

El método: desmantelaron los suministros de alimentos e insumos para la guerrilla.

¿Cómo lo hizo el Ejército? Con violencia. Sitió pueblos completos. El cronista, Cardona Galindo explica que comunidades pequeñas con pocos habitantes fueron concentradas en los pueblos más grandes. La intención era que dejaran de enviar ayuda a Lucio Cabañas. Lo comenzaron a asfixiar.

Algunos hablan de que Lucio Cabañas enfrentó los embates del Ejército con 117 combatientes, mientras que en la región había unos 8 mil militares, como dice Cardona Galindo; aunque otros calculan, como Arturo García, que eran unos 25 mil los soldados que buscaban al profesor guerrillero.

Una cruz y una placa en conmemoración de Lucio Cabañas fueron colocadas encima de una gran roca en la cañada de El Otatal, Tecpan de Galeana. Foto: Emiliano Tizapa

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En la plaza de Atoyac se conmemoró los 50 años de la caída en combate de Lucio Cabañas. Fueron seis días intensos de actividades: presentaciones de libros, concursos de dibujo, trova, una marcha y la ofrenda floral en la comunidad de El Otatal. Casi todos coincidieron en la vigencia del pensamiento crítico del profesor y en que las condiciones en Guerrero siguen casi intactas desde que comenzó la guerrilla.

Sí, en Guerrero sigue la pobreza sofocante, los profesores y médicos siguen sin llegar a muchos pueblos. Pueblos enteros están sin agua, sin luz, sin drenaje, sin caminos. Los campesinos no pueden hacer productivas sus tierras por la falta de apoyos oficiales y por la competencia desleal de los emporios internacionales. Los trabajadores no cuentan con sus derechos. Los caciques están vigentes, imponen sus designios en comunidades, municipios y regiones completas. Ahora muchos lo logran con la ayuda de grupos armados que aterrorizan a quienes se resisten a sus órdenes: quien no se somete es desplazado o asesinado. El saqueo de los recursos naturales no ha parado ningún minuto desde hace 50 años: de la sierra de Atoyac y de todo Guerrero siguen bajando camiones llenos con troncos de árboles; el oro y la plata libremente y con el permiso de las autoridades son extraídos por las grandes empresas mineras. El agua cada vez es un bien para unos cuantos. Las elecciones cada vez se realizan con más dinero sucio e informar se ha vuelto una actividad de alto riesgo. La corrupción y el saqueo del erario se mantienen como principal comportamiento de la clase política.

Arturo García es ingeniero agrónomo que ha estado cerca de las comunidades, sobre todo de Atoyac.

“Históricamente nuestra gente tiene los mismos problemas de hace 50 años con los de hoy, ahí siguen. Ha variado en la forma quizá, pero los problemas de infraestructura de comunicaciones, de violencia, de falta de servicios, ahí están. En Atoyac todas las comunidades tienen problemas de agua potable, todas. Ninguna le da un manejo a sus aguas negras, ninguna tiene un manejo de basura. Hablo de servicios, por no decir salud, medicamentos, la escuela, la educación. Creo que el gobierno debería enfocar su actuación en empoderar a la gente, a las comunidades. En el pueblo es donde se da la vida cotidiana, la social, cultural, ambiental, productiva, política. Y es donde no hay ningún tipo de apoyo. Inclusive la gente ha tenido la necesidad de defenderse con sus propias fuerzas. ¿Y qué tipo de apoyo tiene para eso? Ninguno”.

Cardona Galindo considera que el pensamiento de Lucio Cabañas estuvo adelantado a su tiempo.

“Está aquí en el recuerdo y en el espíritu un hombre que se adelantó a su tiempo, que ejercitó en la guerrilla la equidad de género. Un hombre que comenzó luchando contra los talamontes. Empezó parando a los madereros en la comunidad de Mexcaltepec, luchó por la democratización de la educación, comenzó a organizar a los campesinos, cafetaleros, copreros y los obreros de la fábrica de tejidos del Ticuí. Lucio estaba en todos lados, estaba permanentemente defendiendo los derechos del pueblo”.

Lucio Cabañas utilizaba una frase recurrente cuando daba sus discursos, recuerda Cardona Galindo. Decía que cuando la guerrilla triunfara, triunfarían también los venados, los conejos, los animales en general y también los árboles y los ríos.

“Ese es un pensamiento ecologista, animalista, era un adelantado”, dice.

Busto de Lucio Cabañas en la plaza de Atoyac de Álvarez. Foto: Emiliano Tizapa

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¿Cómo llegó Lucio Cabañas a El Otatal?

Tras la liberación de Figueroa Figueroa, el Ejército endureció la persecución contra Lucio Cabañas.

Según Cardona Galindo, Lucio Cabañas se vio obligado a dividir su tropa, un grupo de 17 combatientes se fueron hacia Coyuca de Benítez y 13, incluido el profesor, hacia Tecpan.

“El problema fue que lo apartan de su zona, el Ejército cerca de los pueblos donde él se movía y les quitaron comida, les quita todo, no deja pasar comida. Le quita los suministros a los pueblos pequeños que abastecían a la guerrilla y son movidos a pueblos grandes”, dice.

En Tecpan, Lucio Cabañas llega con los Ramos. Los Ramos, según Cardona Galindo, se financiaban con la siembra de enervantes y se abastecían de armas en el mercado negro.

La presencia de Lucio Cabañas en Tecpan se vuelve incómoda hasta para los pobladores. La razón: el Ejército comenzó a hostigarlos por la presencia de la guerrilla. Y la presencia del Ejército no era buena para que continuaran con sus negocios.

Aunado a esto, el Ejército asesinó a dos delegados de la guerrilla en Tecpan que tenían rato haciendo trabajo para sumar más campesinos a la lucha, eso lo desprotegió y quedó en un territorio desconocido.

“Lucio pierde a sus dos delegados que tenía trabajando aquí, pierde a la gente que conocía la zona y queda a merced del grupo que tenía aquí y ese es el que lo trae aquí, es el mismo que lo abandona y lo entrega”.

El escritor Felipe Fierro afirma que los Ramos entregaron a Lucio Cabañas a los militares una noche antes en el poblado de Guayabito.

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Lucio Cabañas cayó en combate esa mañana del 2 de diciembre de 1974, pero el Ejército no detuvo el avasallamiento y exterminio de pueblos completos.

La Guerra Sucia en México dejó un número desconocido de muertos y desaparecidos. La ONU recibió 374 denuncias por crímenes de Estado entre las décadas de 1960 y 1980.

En una entrevista con la revista Proceso, David Cabañas, hermano del líder guerrillero, afirmó que 75 por ciento de las personas asesinadas y desaparecidas durante la campaña de aniquilamiento a la guerrilla, emprendida por el Ejército y la Brigada Blanca, “eran totalmente inocentes”.

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