Ramón Gracida Gómez
Acapulco.

“¿Me tocará ver mal a Acapulco?”, preguntó hace unas semanas mi hermana Gabriela después de ver las imágenes del desastre ocasionado por el huracán John, quien visitará este diciembre la ciudad en la que nacimos por primera vez desde 2019.

En estos cinco años la sociedad acapulqueña ha padecido los estragos económicos del covid-19, el sismo de septiembre de 2021 y el huracán Otis, todo ello en un clima de violencia extrema.

Un breve repaso de estas calamidades en el contexto de la decadencia crónica del municipio sólo nos puede conducir a cuestionarnos: ¿algo sigue estando bien en Acapulco?

Las tres primeras horas del 25 de octubre de 2023 bastaron para que el huracán Otis, el más poderoso nunca antes registrado en el océano Pacífico oriental, arrasara con el municipio costero, hogar de poco menos de 900 mil habitantes que escucharon aquel miércoles el ruido más estruendoso que jamás habían percibido.

Las rachas de viento de más de 300 kilómetros por hora rompieron todas las ventanas posibles, hundieron decenas de embarcaciones con sus marineros adentro y tiraron grandes rocas sobre viviendas habitadas.

Panorámica de las viviendas destruidas tras el paso del huracán Otis en Acapulco. Foto: Oscar Guerrero

No se cumplía ni el año de ese parteaguas en la historia, cuando el 23 de septiembre de este año empezó el diluvio del huracán John que se alargó por cinco días y dejó inundada la zona Diamante y gran parte de la zona suburbana.

Miles de viviendas quedaron sumergidas, algunas sufrieron derrumbes mortales y sus habitantes sobrevivieron subiéndose a los techos. La magnitud de la inundación de este año ya se había padecido con Ingrid y Manuel en septiembre de 2013, demostrando que no se ha hecho nada para enmendar los problemas urbanos en la última década.

A diferencia de la catástrofe de hace once años, la restauración actual es más difícil porque la sociedad apenas se estaba recuperando del huracán categoría cinco de 2023.

Miles de damnificados perdieron todas sus pertenencias, incluidos refrigeradores y estufas que recibieron unos meses antes por el censo federal de Otis.

Mujer muestra sus cosas enlodadas luego de que el huracán John inundó Puerto Marqués. Foto: Emiliano Tizapa

Los huracanes de los últimos doce meses, potenciados por el cambio climático y las altas temperaturas que se han registrado en el mar desde el año pasado, mostraron las malas condiciones en la que vive gran parte de la sociedad acapulqueña. Para decenas de miles de habitantes, estas tormentas terminaron con todo el patrimonio con el que contaban. Si Otis desnudó la ciudad para evidenciar su precariedad, John la sumergió para mostrar su deficiencia urbana.

Estos desastres socionaturales se suman a la narcoviolencia imparable, los grupos que se disputan la extorsión de los negocios lícitos y el control de los ilícitos practican la violencia extrema y el terrorismo —¿de qué otra forma se pudiera calificar el desmembramiento de cuerpos en la vía pública?— para avanzar en sus objetivos económicos y políticos.

A raíz del huracán Otis, el gobierno federal anunció la llegada de 10 mil efectivos de la Guardia Nacional y la construcción de veinte cuarteles para disminuir los índices delictivos, pero las cifras revelan que no han logrado cumplir este objetivo.

El primer semestre de 2024 fue el más violento de los últimos seis años en Acapulco con 319 carpetas de investigación abiertas por homicidio doloso, 43 por ciento más que las 223 carpetas del mismo periodo de 2023, de acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).

En este repunte de asesinatos, una ola de violencia extrema aterrorizó a la ciudadanía con 37 cuerpos desmembrados y esparcidos en distintas calles de la ciudad de finales de abril a junio, según un conteo del periódico El Sur.

En tan sólo unas décadas del siglo pasado, el pequeño pueblo de pescadores se convirtió en una urbe peligrosamente desigual, pobre y estructuralmente endeble.

El bulevar Vicente Guerrero, entrada principal al puerto de Acapulco tras el paso del huracán Otis, inundado y con personas acarreando cosas de las tiendas departamentales saqueadas. Foto: Oscar Guerrero

Este rincón del sur de México devino en el balneario favorito de la élite de Hollywood y de los políticos mexicanos beneficiados del milagro mexicano, pero el crecimiento a costa de los pobladores y los miles de migrantes que llegaron a la ciudad a raíz del boom económico ha dejado una ciudad sin capacidad para salir adelante de los fenómenos meteorológicos recientes, víctima del cambio climático y también de sus gobernantes que se enriquecieron deteriorándola.

Las élites siempre han visto a Acapulco como su botín de oro, el eterno paraíso inconsumible.

Antes de convertirse en el famoso sitio turístico, unas cuantas familias de origen español tenían control total de la política y la economía, como un punto aislado de México y resquicio del periodo colonial en el que el puerto se convirtió en el más importante puente comercial para el imperio español entre Asia y la Nueva España.

El más claro ejemplo de este férreo dominio es el asesinato del alcalde de Juan R. Escudero en 1923, cuyas ideas socialistas de reivindicación obrera y de lucha por las mejoras condiciones laborales lo posicionaron en una situación peligrosa en la que primero sufrió un atentado del que sobrevivió y, en el segundo intento sus victimarios lograron su objetivo.

La inauguración de la carretera federal México-Acapulco en 1927 y la consolidación del régimen posrevolucionario cambió el panorama político de Acapulco, pero la visión elitista del beneficio de unos cuantos y la desdicha de la mayoría se mantuvo.

Miguel Alemán Valdés, el primer presidente civil de México, proyectó la ciudad hacia el turismo internacional y sentó las bases de una política económica extractivista que se sigue practicando y en la que las ganancias no son invertidas para el mejoramiento de la ciudad ni la calidad de vida de sus habitantes sino que sólo son repartidas entre empresarios y políticos.

Esta práctica se convirtió en un mantra para las siguientes generaciones priistas de políticos y empresarios, que condensaron en 2019 su admiración en una estatua de la figura del mandatario en el club de golf del hotel Princess.

Tal es el peso de Miguel Alemán en la historia del municipio que ningún gobierno local de la alternancia al PRI ha borrado su nombre de la avenida Costera.

Negocios de la Costera Miguel Alemán destruidos, con láminas y vidrios rotos en la banqueta, al fondo un hotel destruido por el huracán Otis. Foto: Oscar Guerrero

De sobra son conocidos los años maravillosos de Acapulco a mediados del siglo XX, la llegada del jet set internacional a las plácidas playas de Caleta y Caletilla, la pandilla de Hollywood encabezada por John Wayne y Johnny Weissmuller, el eterno Tarzán que encontró su refugio en los riscos de Acapulco y en el mítico hotel Flamingos, uno de los últimos resquicios de esa época dorada que sobrevive.

Una parte de la sociedad añora ese pasado glorioso de la llegada de miles de turistas extranjeros que pagaban en dólares las propinas, cuando el turismo era sinónimo de movilidad social.

La ciudad se fue expandiendo de esa esquina de Caleta y la Quebrada hacia los cerros de El Veladero con las miles de personas que buscaron una oportunidad de vida en la boyante economía del nuevo destino turístico y que no encontraron en sus regiones de origen del estado porque el gobierno sólo le apostó a Acapulco.

El crecimiento fue caótico, los nuevos asentamientos urbanos fueron creados antes de la instalación de los servicios públicos.

Con la expansión del capital extranjero, los terrenos de la bahía de Acapulco se volvieron un nuevo campo de batalla entre la defensa del derecho a la vivienda y el despojo de tierra.

En el marco del Terrorismo de Estado de la década de 1970 contra la guerrilla urbana formada en el puerto, época conocida popularmente como Guerra Sucia, el gobierno de Rubén Figueroa Figueroa intentó desalojar los asentamientos urbanos ubicados en las partes más altas de las laderas de Acapulco, pero la organización de los colonos, apoyados por los estudiantes de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG), logró que el destierro fuera menor de lo pretendido.

Los hombres y las mujeres desplazadas forzadamente de sus casas —léase el volumen 2 del informe final de uno de los equipos del Mecanismo de Esclarecimiento Histórico, Fue el Estado (1965-1990), publicado en agosto pasado— fueron ubicados en la recién inaugurada colonia Ciudad Renacimiento con la promesa de una vivienda digna a las afueras de la bahía.

Viviendas de la colonia Lázaro Cárdenas y Primera de Mayo en Acapulco. Foto: Emiliano Tizapa

Junto con otras colonias y poblados aledaños que se crearon o crecieron exponencialmente a partir de la década de 1980, Ciudad Renacimiento es actualmente el cinturón de pobreza más lacerante del municipio porque concentra gran parte de los 126 mil 672 habitantes que viven en situación de extrema pobreza en la ciudad, de acuerdo con los datos de 2021 —los más actualizados— del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval); esta cifra posiciona a Acapulco como el municipio del país con más habitantes en extrema pobreza.

El crecimiento de la ciudad hacia el oriente dio las condiciones para que los inmensos ejidos cercanos a la laguna de Tres Palos fueran expropiados con el decreto emitido en 1987 por el gobierno de Francisco Ruiz Massieu –asesinado en 1994– y, se convirtieran en la zona Diamante.

Su cuñado y entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, construyó la Autopista del Sol México-Acapulco para darle un nuevo impulso a la ciudad que poco a poco fue perdiendo el brillo en las décadas de 1970 y 1980.

Sin embargo, la nueva zona turística repitió los errores de las décadas pasadas. Con el auspicio de gobiernos entregando licencias de construcción sin el cuidado de respetar lineamientos básicos de planeación urbana, la construcción sobre humedales y canales de agua propiciaron que en septiembre de 2013 y 2024 miles de casas quedaran completamente inundadas; un panorama desolador que se completa con los condominios de lujo severamente afectados por Otis y que no han sido rehabilitados por sus dueños.

La violencia política en contra de los colonos, los universitarios y los guerrilleros urbanos propició la desmovilización social, significó un caldo de cultivo para que la violencia criminal perpetrada por los grupos del crimen organizado, ligados a grupos políticos, tomara poco a poco los espacios públicos de la ciudad en el marco de la declaración de la guerra contra el narcotráfico en el gobierno de Felipe Calderón.

Los cerros de El Veladero que forman la bahía, declarados como área natural protegida en 1980 y sede del asentamiento arqueológico de Palma Sola y del campamento del insurgente José María Morelos y Pavón, fungen actualmente con una gran fosa clandestina.

Una investigación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México reveló que Acapulco es el municipio del país con el mayor hallazgo de fosas clandestinas de 2020 a 2022 con 66 contabilizadas.

Estadio de tenis destruido y un vehículo inundado en la zona Diamante de Acapulco tras el huracán Otis. Foto: Oscar Guerrero

¿Tiene salvación Acapulco? Las clases media y alta cada vez son más reducidas porque sus integrantes han migrado a otras ciudades del país en busca de las oportunidades que no ofrece su ciudad de origen. Y las clases populares, sin posibilidades de irse, viven un escenario complicado en el que el trabajo es escaso y mal pagado, sin prestaciones laborales y a merced de la llegada de turistas.

La caída del turismo extranjero causó el detrimento de las condiciones económicas de los trabajadores que laboran en este sector, lo cual no ha podido ser compensado con el auge del turismo nacional, sobre todo el proveniente de la capital del país.

La pandemia que cerró la ciudad al turismo en 2020 y los daños provocados por el sismo con magnitud de 7.1 del 7 de septiembre de 2021 profundizaron esta crisis.

Las oportunidades para los jóvenes son limitadas por la falta de diversidad económica y, la violencia y la pobreza los expulsa de sus hogares para sobrevivir.

Por momentos, es insoportable vivir aquí por todos los problemas que acarreamos, pero habría que pensar en alternativas para que la ciudad no quede vacía como muchos edificios de la avenida Costera.

El sacerdote Jesús Mendoza, referente para varios sectores populares y clasemedieros acapulqueños, pionero en la atención a víctimas de la violencia plantea que la única vía posible para reconstruir la ciudad es un gran diálogo entre la sociedad y el gobierno, en el que se plantee la resiliencia al cambio climático, la construcción de la paz y el mejoramiento de las condiciones de sus habitantes.

Acapulco es la historia del despojo de tierras y la resistencia de su pueblo, la fiesta en el paraíso y la destrucción de la naturaleza, la lucha por la libertad y la democracia y la violencia política. Todos estos elementos y otros que escapan de este breve recuento, también deberían ser incluidos en la profunda reflexión sobre hacia dónde vamos como sociedad acapulqueña.

Hombre hace trabajos para recoger escombros de una casa tras el huaracán Otis, al fondo la bahía de Acapulco. Foto: Oscar Guerrero

Texto originalmente publicado en la revista Nexos.

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